25 de junio de 2015

Nabos rellenos a las cinco especias chinas


Ayer el Notario volvió de surcar las Áfricas profundas. Estoy indignada: ¡No me ha traído harina de Teff! Puede que el asunto de traer una bolsa con polvo blanco le fuera a causar algún que otro problema en las aduanas, pero con el precio que tiene en los herbolarios por lo menos podía haberlo intentado. ¡Menudo valiente! Todo de boquilla, ya sabéis. El caso es que seguiré con las ganas de hacerme con esa harina y preparar un pan con ella. Algún día llegará el momento ¡y no pienso compartirlo con él! 
Dejando atrás esta breve irritación (que es más cuentitis aguditis que otra cosa) tengo que afirmar que, efectivamente, los nabos empiezan a tener una pinta sospechosa en las fruterías. Vamos, que ya no es su época de esplendor. Así que me veo forzada a, un año más, tener que abandonarlos hasta que llegue el frío. ¡Qué poco me gusta el verano! Soy más de refrescores, días de lluvia, calabaza, pan caliente y castañas. Aunque tengo que decir que el tema de las castañas que me tenía en un sinvivir (porque en verano no las encuentro en ninguna parte) lo he solucionado gracias a Concha de De buena mesa (¡y tan buena! ¡Me lo comía todo!) con sus castañas pilongas en almíbar. ¡Gracias Concha! ¡Te mereces un kiosko en la Gran Vía! (ya que te pongo un kiosko por lo menos que te dé buenos cuartos).

En mi afán de rellenar verduras con más verduras os traigo estos nabos rellenos de pimientos, que me encantan, especiados con una de mis mezclas favoritas. Si no os gustan los pimientos no os voy a decir que los rellenéis de otras cosas porque ¡hay que comer pimientos! (mi sugerencia del día porque me encantan no porque sea propietaria de parte del oligopolio pimentero español).


Para 2 raciones

2 nabos
1 pimiento verde
1/2 pimiento rojo
1 cucharada de postre de cinco especias chinas
1 cucharada sopera de salsa de soja
1 cucharada sopera de vinagre de arroz
aceite de girasol
sal
hierbaluisa para decorar (opcional)


Pelamos los nabos y vaciamos la carne con una cucharilla de café. Reservamos la carne. Ponemos los nabos a cocer al vapor durante 10-15 minutos. Por otro lado cortamos los pimientos, troceamos la pulpa de los nabos y lo echamos todo al wok con el aceite caliente. Salamos y especiamos. Cuando empiecen a estar blandas añadimos el vinagre de arroz  y la salsa de soja. Rehogamos a fuego lento y cuando estén hechas las verduras las retiramos. Ahora introducimos el relleno con una cucharilla en los nabos y culminamos con la hierbaluisa. ¡Que aproveche!

Ljutenica. Receta serbia


Hacía tiempo ya que no subía una receta de mi adicción favorita: los patés vegetales. A mí en la hora de la comida me quitas un palito de zanahoria untado en un mejunje de verduras trituradas y mi interior empieza a colapsarse inmediatamente. La cosa es que la gente de mi alrededor no los suele preparar casi pero cuando vienen a comer a casa y les pongo el paté de rigor, oye, vuela en un plis. A veces los utilizo también como base para pizzas en lugar del tomate. El de remolacha en una pizza con berenjenas, alcaparras, maíz y pavo está para pegar empujones al que se meta por medio.
La verdad que en el este de Europa tienen muchos patés y guarniciones de este tipo, sobre todo en las zonas que lindan con la antigua persia aqueménida. Si es que lo que hay para comer es lo que hay. A la naturaleza no se la puede forzar que luego nos salen judías en la frente y no sabemos de qué (y así nos va).
Yo aprovecho mis ratos libres (que suelen ser más de los deseados) y me dedico a buscar recetas en webs en idiomas que casi ni entiendo. Pero oye, ya sé cómo se escribe "tomate" en multitud de lenguas. Muy útil. Ahora puedo visitar esos países y chillar por la calle "¡Tomateeeee!" en el idioma que toque. Igual alguien me tira uno a la cabeza para que deje de vociferar tonterías.

El ljutenica es un paté vegetal que también se usa como guarnición o sopa fría veraniega (estilo gazpacho) en Serbia. Como buena nación que fue en sus tiempos Yugoslavia dependiendo de la zona se prepara de distintas maneras y con distintos ingredientes. Éste es un poco más picante que el que se considera más común y que recibe el nombre de ajvar (por si queréis buscarlo por ahí). Yo os dejo éste y probablemente comparta más adelante otras variedades porque están todas de toma pan y moja.



Ingredientes

1 pimiento rojo hermoso (de unos 300 g)
200 g de tomates
1 zanahoria
1 diente de ajo
1/2 cebolla mediana
100 g de berenjena
1 guindilla roja
aceite de oliva, sal y pimienta negra
1/2 cucharada de postre de azúcar

Ponemos a asar todas las verduras (excepto la guindilla) unos 20 minutos a 180º (la zanahora la pelamos y la cortamos para que se ase antes). Sacamos y retiramos las pieles del tomate, la berenjena y el pimiento. Las introducimos en el vaso de la batidora junto con la guindilla machada, el ajo, la sal, una pizca de pimienta negra y un chorrito de aceite de oliva. Trituramos hasta que alcance la textura deseada. Dejamos atemperar y servimos con pan o crudités. ¡A comer!
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22 de junio de 2015

Pilaf festivo. Receta turca


Además de la infinita lista de recetas pendientes tengo una lista, también infinita, de sitios que visitar. Algunos son más accesibles que otros. Sé que es bastante improbable que algún día pueda ir a Samarkanda, en Uzbekistán, a ver las ruinas, o a Georgia, o a Chile o a tantos otros lugares. Pero hay determinadas localizaciones que están tan cerca y que no he visitado que me van compensando el resto. 
La semana pasada fui a una de éstas. En Ávila, a unos cinco kilómetros, existe una ermita a la que tenía unas ganas inmensas de ir. No por la cuestión religiosa, sino por la leyenda. La ermita es la de Nuestra Señora de Sonsoles (que debe su nombre a que los pastorcillos a los que se apareció la virgen, al ver la luminiscencia, gritaron: "¡Son soles!, ¡son soles!". Lo sé, es absurdo, pero por eso también me gusta) y lo que la hace tan peculiar es que, dentro, tiene un cocodrilo disecado metido en una urna. ¿Os imagináis entrar en un templo religioso y que lo primero que veáis sea un cocodrilo? Se cuenta que un abulense en las Indias, poseedor de tierras de cultivo, un día, haciendo su ronda, se encontró con un cocodrilo dispuesto a desayunarse al hombre sin miramientos. Entonces, el terrateniente, se encomendó a la virgen de Sonsoles y ésta convirtió su látigo en una espada. Con ella mató al  reptil y como ofrenda mandó el cadáver disecado a la ermita. 
Yo, cuando en su día leí esto, me dije que tenía la obligación de hacerle una visita a tan extraño agradecimiento. Así que, la semana pasada, cuando tuve la oportunidad, allí que me fui. La verdad que es muy cómico y, al acceder y verlo ahí metido entre cristales, le entra a una la risilla tonta. Por lo visto antes lo tenían colgado del techo. Se vé que a los feligreses no les hacía la misma gracia que a mí. 
Aunque, en el fondo, no es nada insólito que haya animales disecados como forma de ofrenda o parte de una leyenda en una iglesia. En Galicia, al menos, abundan.

Y bueno, lo que hoy os dejo por aquí es una receta de pilaf. Las especias, las pasas y los piñones sí que son santos de mi devoción. Les pondría un kiosko en la Gran Vía como homenaje porque se lo merecen. De todas las preparaciones árabes de pilaf ésta es mi favorita sin lugar a dudas. Así que si os apetece comer un arroz distinto ésta es una muy buena opción.

Para dos raciones

200 g de arroz
100 g de hígado de cordero
un hueso de cordero (unos 50 g)
50 g de cebolla
30 ml de aceite vegetal o mantequilla
1 cucharada sopera de azúcar
20 g de pasas (yo puse sultanas)
10 g de piñones
1/2 cucharada de café de canela
1/2 cucharada de café de comino
sal
pimienta
2 dátiles y eneldo en polvo para decorar (opcional)

Ponemos en remojo el arroz y dejamos reposar media hora. Escurrimos el arroz. Cortamos el hígado en dados y mientras hacemos un caldo con el hueso de cordero y una taza de agua. Calentamos en una olla el aceite o mantequilla y rehogamos los piñones junto con la cebolla unos cinco minutos. Echamos el arroz escurrido en el aceite, salpimentamos y agregamos el comino, el azúcar y la canela. Añadimos las pasas y el caldo. Por último incorporamos el hígado sobre el arroz y removemos. Dejamos cocer tapado a fuego muy suave unos 15 minutos, hasta que el arroz esté cocido. Dejamos reposar unos 20 minutos. Emplatamos, decoramos y servimos. ¡A comer!

Mostaza casera


Después de la noche rociera de ayer, ¡por fin!, quedan oficialmente cerradas las fiestas. El año que viene más y peor. La verdad que, como ya pronostiqué, no he pasado mucho tiempo en casa para evitar un mayor sufrimiento y esto me ha permitido hacer cosas que me gustan pero que en general me dan bastante pereza como, por ejemplo, ir a ver un musical. Tengo que decir que no soy muy amante de los musicales. Jamás lograré entender qué hace que cantar una situación pueda ayudar a algo en su comprensión. ¿Os imagináis que cuando vamos al dentista le cantáramos al tipo: "Creeeeoooo que tengo una carieeees". Y entonces nos contestara: "Nooo te preocupeeeeees, ¡yo te hago un empasteeee!"? No lo veo mucho, la verdad. Aunque tengo que confesar que yo a veces le canto a las cosas. Por ejemplo: se me rompe un vaso. En ese momento me invento una canción dramática en la que le pido explicaciones por su inesperada ruptura. Pero como estoy sola nadie me escucha y no parezco la loca de la colina, que es la sensación que me producen los musicales. Supongo que para los actores es mucho más fácil aprenderse una canción, exactamente como los juglares medievales, que un torrente de palabras sin armonía musical. Pero no, los musicales no son para mí. Prefiero el teatro sin más o, puestos a ver representaciones cantadas, una zarzuela o una ópera. O, si me apuráis, prefiero que se me rompa un vaso y cantarle yo en soledad.

Lo que si que me gusta más que los musicales y que cantarle a las cosas inertes de mi casa es la mostaza. Vamos, en general todo lo que lleve vinagre. Así que, como suelo tener las semillas para hacer panes, me dije: "¡deja de comprar mostaza y prueba a hacerla!". Me hice caso y voilá!, una maravilla, oiga. A mí me gusta con un sabor fuerte, pero si la preferís más suave basta con disminuir la cantidad de vinagre y compensarla en agua. No tiene ningún misterio ni tampoco parangón en los mercados.


Para un tarro

55 g de mostaza blanca en grano
80 ml de vinagre de vino blanco
60 ml de agua
1 cucharada de postre generosa de mostaza en polvo
1/2 cucharada de postre de cúrcuma molida




Antes de nada: no le he puesto sal porque las semillas de mostaza ya tienen un alto porcentaje de sodio, pero al gusto. Opcionalmente podemos poner los granos de mostaza en agua hirviendo unos 20 minutos para después escurrirlos. De esta manera estarán más blandos. Echamos en un cuenco todos los ingredientes y removemos bien.  Tapamos con film e introducimos en la nevera 3 días. Sacamos, trituramos con la batidora e introducimos en un tarro en la nevera. Aguanta unos dos meses refrigerada.

17 de junio de 2015

Panecillos con leche de cabra


Y, otro año más, llegan las fiestas del barrio. Mi relación con este jolgorio ha pasado por todas las fases posibles: desde la indiferencia total, pasando por festejarlas sin más, continuando por colaborar en su preparación y de vuelta a la indiferencia absoluta. Esto tiene una explicación: colocan las barracas y el escenario justo delante de mi casa. Llevo toda la santa vida aguantando la música infernal hasta las mil y monas, el olor de los chorizos, la gente meando en las puertas de la escuela infantil (y el olor que con el calor entra en las casas aledañas) y todas las demás bondades que ofrecen los regocijos del pueblo. Así que lo he intentado todo. Normalmente hago como que no están ahí, pero con el ruido acaba una con el espíritu despeluchado. De ahí mi intento de unirme con el enemigo. Pero ni por esas. Al final, cuando llegaba a casa el estruendo seguía estando delante. Por no hablar de que con el calor que suele hacer esos días no puedo dormir con la ventana abierta por el hedor que sube. Vamos, que no redimía nada. Ahora lo que hago, generalmente, es desaparecer en esos días. Pensaréis que soy una rancia, y un poco sí, pero todos los años la misma gaita es un poco exasperante. 
Luego sucede una cosa curiosa: los que organizan las fiestas, en su mayoría, son gente de otros barrios. ¡Así también monto yo la juerga padre! Pero tengo que decir que las fiestas tienen su parte buena, y es que, en los barrios como en los pueblos, puedes bajar sola y siempre te vas a encontrar con mucha gente que conoces (deseables e indeseables) y que hace tiempo que no ves. Y con eso me quedo, con las charlas vespertinas en las tardes muertas de Junio con una cervecita en la mano sentada en los bancos de piedra ( con eso y con el reparto de paella gratis el domingo). Que oye, algo es algo.

Y bueno, yo y la leche de cabra. Está exquisita de cualquier manera. Estos panecillos los hice un poco por ver qué podría pasar. Lo que pasó fue que estaban tan buenos que no duraron nada. De un día para otro están incluso mejor porque los sabores han asentado y ¡es todo cabra!. Los he hecho ya unas cuantas veces porque son mis panecillos favoritos para el desayuno (con su tomate de rigor untado). Totalmente recomendados.


Para unos 18-20 panecillos

900 g de harina panadera
600 ml de leche de cabra
50 g de levadura fresca de panadero
1 cucharada sopera de sal

Disolvemos la levadura en la leche de cabra y mezclamos con el resto de ingredientes cuidando que la sal y la levadura no se toquen. Amasamos unos 10-15 minutos. Damos forma de bola a la masa y dejamos levar una hora tapada con un paño húmedo en un sitio sin corrientes. Pasado el tiempo hacemos porciones de la masa en forma de panecillo y colocamos en la bandeja del horno. Dejamos reposar otra hora. Después del segundo reposo precalentamos el horno a 200º. Greñamos los panes y espolvoreamos de harina. Introducimos al horno 30 minutos a 180º o hasta que estén dorados. Sacamos, dejamos enfriar y ¡a comer!

Bundt de nubes y chocolate blanco



Hoy, en un impulso revolucionario de héroe de Manhattan, he hecho algo fuera de la legislación local: he tirado la basura a las 6 y media de la mañana. Cuando me disponía a arrojar la bolsa al contenedor, un anciano pasaba justo por delante y me ha recriminado: "¡No son horas de tirar la basura!". Yo le he mirado con cara de estupefacción y le he contestado tenuamente: "Perdone pero discúlpeme." Y se ha marchado blasfemando. Entonces me he puesto a pensar en la cantidad de tonterías que desde los Ayuntamientos se imponen al personal. Por ejemplo, en un alarde de ingenio se propusieron prohibir que la gente tendiera la ropa en las terrazas por un asunto de estética urbana. Que digo yo, ¿qué hacemos con la ropa mojada?: ¿nos la comemos? ¿la llevamos a casa del alcalde en el barrio de Salamanca a secar? ¿soplamos las prendas como el lobo de los tres cerditos? Incomprensible. Y con el tema de la basura sucede un poco lo mismo. Estamos de acuerdo en que en verano el tufo rezuma. Pero sólo tiene sentido un horario nocturno de tres horas para tirar nuestros desperdicios si van a pasar a recogerla en un lapso de tiempo posterior. Cosa que no sucede muy a menudo. Es más, suelen hacerlo por la mañana. Así que no es que sea yo una mala ciudadana, es que soy una ciudadana con radio-patio (que me entero de todo) incorporada. Ahora que lo pienso un poco me hubiera gustado contestarle otra cosa al burócrata matutino de la basura. Y dejo de pensarlo ya que se me alteran el Ying, el Yang, el Yong y sus primos los del pueblo.

¡Al meollo del bollo! Hoy os traigo un especial de: "La horterada casera que nos hace sentir orgullosos". Todos tenemos una, lo sepamos o no, y la queremos como si fuera parte de nosotros. Cada vez que decoro un bundt tengo esa sensación de retroceder a los años 80 y estar viendo Alf sentada en un sofá marrón de polipiel. Puede que me pasara con éste por las esponjitas y su eterna relación con la niñez. Pero me da igual, yo me río de lo que estoy haciendo y después me lo como tan feliz. Que bueno estaba un rato y de vez en cuando un dulce no amarga ni a los que reniegan de él.

Para un molde de bundt de 22cm

Para el bizcocho:

275 ml nata para montar
150 g de esponjitas o nubes
1 cucharada sopera de margarina ligera
200 g de harina leudante
50 g de maizena
3 huevos
2 cucharadas de postre de bicarbonato
1 cucharada de postre de vainilla líquida
1 pizca de sal

Para la ganache de chocolate blanco:

125 ml de nata
300 g de chocolate blanco

Nubes cortadas y fideos de colores para decorar


Empezamos preparando la cobertura (ganache). Ponemos la nata a hervir en un cazo. Troceamos el chocolate y añadimos la nata hirviendo. Removemos hasta que se funda el chocolate. Tapamos e introducimos en la nevera. Removemos la mezcla de vez en cuando (durante unos 30-40 minutos) hasta que tenga consistencia untuosa. 
Para preparar el bizcocho: calentamos la nata y poco a poco vamos introduciendo las esponjitas. No lleva azúcar porque las nubes son eso, sin más. Una vez se han derretido nos quedará una crema espumosa. Dejamos atemperar. Batimos los huevos y añadimos la vainilla y la sal. Incorporamos a los huevos la harina tamizada en tres veces. Mezclamos con una espátula a mano. Una vez sea una pasta homogénea vertemos poco a poco la nata y vamos removiendo. Precalentamos el horno y engrasamos el molde. Echamos la mezcla del bizcocho y horneamos a 175º unos 40-45 minutos. Antes de meter el molde al horno le podemos dar unos golpes suaves contra la encimera. Así durante la cocción no aparecerán burbujas de aire. Transcurrido el tiempo sacamos el molde y dejamos el bizcocho dentro unos 10 minutos para que al desmoldar no se rompa. Dejamos enfriar.
Montaje: Una vez frío el bizcocho sacamos la ganache de la nevera y la untamos. Espolvoreamos los fideos y colocamos las nubes. ¡A comer!

12 de junio de 2015

Yogur de melocotón en almíbar


[...] 
"Y ya llego al fin de mi canción:
son estos platos, lo mejor entre un millón,
pero sin dudarlo los daría,
miles de ellos cada día,
por un único y solo bocado
de este MELOCOTÓN AMADO."

James y el melocotón gigante, junto con Las brujas, era uno de mis libros favoritos. La verdad que hoy día no creo que las novelas de Roald Dahl fueran del todo para niños. Pero uno espabila que da gloria y, total, no creo que los niños contemporáneos lean ya estos textos (que no tengo ni idea pero, visto lo visto, lo supongo). Siempre hay un protagonista (que como en los animes japoneses) inicia su aventura desde la desventura. De hecho Harry Potter y la inexpicable fortuna amasada de su autora siempre me ha parecido una versión cutre de cualquier novela de Roald Dahl.
El tema del melocotón es un asunto delicado para mí porque de toda la vida le he tenido una alergia espantosa. Me hubiera encantado vivir dentro de uno como James y comerlo cuando me apeteciera (igual por eso me gustaba tanto el libro). Para mí era un problema porque me encantan y, de vez en cuando, hacía de tripas corazón, dejaba lo razonable a un lado y me comía uno. ¡Hale! Reacción alérgica de traca de feria y a sufrir. Pero siempre he pensado que merecía la pena ahogarse un poco de cuando en vez.
El caso es que hace un par de años en un brote asmático de esos de hospital acabé en la consulta del alergólogo. Me recetó una vacuna mensual (que por el precio que tienen debe llevar en su composición oro y trozos de la Sábana Santa) y con ellas llevo desde entonces. No hace mucho tiempo me dio por pensar que si ya llevaba dos años pinchándome para que, entre otras cosas, el melocotón no me diera alergia, tenía que testarlo (y ver si rentaba el tema). Así que fui a la frutería y me hice con unos melocotones. Al llegar a casa lavé uno y le dí un bocado que casi me lo llevo entero (¡qué bueno estaba!). Terminé con él y entonces me tocaba ver si sería él el que terminaría conmigo en un rato. Me senté a esperar. Esperé. Esperé. Esperé. ¡Nada! Como si me hubiera comido una manzana. ¡Las vacunas sirven para algo! (aunque otros piensen lo contrario). Os podéis imaginar que desde entonces no puedo parar de comer melocotones y sus derivados. Aunque lo recomendable es que no lo haga, creo que me lo he merecido. Y, por eso, aparecieron también estos yogures. Que no es que estén buenos, es que a mí casi me hacían llorar.

Para 7 yogures

1 litro de leche desnatada
200 g de melocotón en almíbar
1 yogur natural desnatado
2 ó 3 cucharadas soperas de leche en polvo

Como la fruta ya está cocida no hace falta cocinarla. Tampoco le he puesto azúcar porque los melocotones en almíbar ya vienen con él de serie. Pero ya sabéis, al gusto. Así que ponemos todos los ingredientes en el vaso de la batidora y trituramos. Vertemos en los vasos de la yogurtera y dejamos 10 horas. Retiramos a la nevera al menos 4 horas antes de consumir. ¡A disfrutarlos!

Trigueros, guisantes y tofu al Ras el Hanout


Nunca llevo reloj. Cuando era pequeña no podía vivir sin él. Sería para asegurarme de que, efectivamente, el tiempo pasaba en los momentos de aburrimiento. Recuerdo mirar las horas en verano, en el pueblo, en Portugal, y sentir que estaba atrapada en un bucle temporal. La verdad que era horrible: el sonido de la chicharra, la radio en portugués (que no preguntéis la razón pero me levanta dolor de cabeza inmediato), las maris en las escaleras de la casa del pueblo gritando sus gracias y desgracias y un porrillo de niños franceses (hijos de la gente del pueblo que emigró a Francia, que fueron casi todos los de la quinta de mi padre) chillando improperios y corriendo descalzos como salvajes por los adoquines tapizados del rastro inevitable de las vacas. Yo tenía mucho calor para eso y pisar zamburguesas de vaca no era una cosa que me entusiasmara, aunque alguna vez pisé algún que otro ejemplar hasta su núcleo vital (y consecuentemente me moría del asco). Los veranos en Portugal no eran ni para la bicicleta. No sé cuántos libros leía en un mes. De vez en cuando pasaban cosas y en el revuelo sí que estaba yo metiendo las narices. Una vez llegaron un burro y un caballo de un pueblo cercano que habían escapado. Lo que ellos no sabían es que fue peor el remedio que la enfermedad. ¡Todos los niños a montar el burro! (yo incluída, por supuesto, a ver si para una cosa que pasaba me la iba a perder). Aquel verano fue lo mejor que me pasó. Otras veces lo más emocionante del día era bajar al abrevadero de la plaza, que también era fuente para los humanos, acercarme al caño a beber, caerme de bruces en el agua roñosa y salir de allí con la dignidad mellada. No era la única, siempre había alguien que se caía a la bica (que así llaman a la fuente-pilón) y entonces el comité perpetuo de la plaza se reía de ti (y tú con ellos) porque en el fondo era lo mejor que les iba a pasar, también, en el día.
Pero pasaron los años y de repente el reloj dejó de ser algo útil. Ya no hacía falta. Todo el mundo lleva uno y tiene sus rutinas. Ése es mi reloj, la rutina ajena. Sé que son las 7 de la mañana cuando una pareja baja por la plaza con un cochecito de bebé camino de la escuela infantil, sé que son las 8 y cinco cuando una furgoneta maniobra para girar la calle. Y así durante todo el día. Así que ya no me hace falta el reloj. Además, creo que pocas cosas hay que odie más que el sudorcillo de las correas en las muñecas en verano. A esto hay que sumarle que, inexplicablemente, hay relojes por todas partes. Debe de ser por la misma razón que lo llevaba yo, para ver cuánto tiempo de tedio resta al momento.

¡Menuda chapa! y todo para decir que cuando estoy enredando en la cocina el tiempo no es lento, pasa veloz. Voy a hacerme mirar un poco el tema de las introducciones eternas porque veo que os han salido canas leyéndome y luego no quiero tener que pagar peluqueras. 
La receta que dejo hoy por aquí es algo que le saca a uno de un apuro en un periquete. No tiene nada de complicado pero sí mucho sabor por las especias y los trigueros.

Para 2 raciones:

300 g de tofu (duro o blando)
vinagre, agua y una cucharada sopera de Ras el Hanout para la marinada
300 g de espárragos trigueros
200 g de guisantes
200 g de tomate natural triturado
aceite de oliva
sal

Cortamos el tofu en cubos y lo colocamos en un recipiente. Echamos vinagre como hasta la mitad de los cubitos de tofu y terminamos de taparlos con agua. Agregamos la cucharada de Ras el Hanout, removemos y dejamos reposar al menos una hora. Cuanto más tiempo más profunda será la marinada. Yo la suelo dejar toda la noche en la nevera.
Echamos aceite en una sartén y añadimos el tomate natural. Cuando haya reducido un poco echamos los espárragos cortados y los guisantes. Salamos. Dejamos unos 8 minutos y agregamos el tofu con toda la marinada. Cocinamos unos 10-15 minutos más hasta que se haya reducido el líquido y los espárragos estén al dente. Retiramos, servimos y ¡a comer!

9 de junio de 2015

Galletas de harina de algarroba y nueces


La semana pasada, en mi entorno blogero favorito, fue la Semana Oculta de las Galletas. Sí, nadie lo dijo (porque si no no sería oculto) pero tengo indicios vehementes. Es como una conspiración judeomasónica que hasta que no estás dentro del todo no te enteras ni del NODO. Y como en el fondo acabo de llegar llevo la toga de iniciación, reparto cafés cual becaria y sólo puedo tener sospechas. También es posible que sólo fuera casualidad, pero es más aburrido, prefiero lo de la Semana Oculta de las Galletas. Y como no puedo parar de hacer todo lo que me entra por el ojo reproduje las galletas integrales con salvado de Alicia y las Pim's de Nuria. Porque así soy, culo veo culo quiero. Las de Alicia para el desayuno fueron gloria divina y las de Nuria me las comí en dos excursiones a la cocina (Nota mental: dejar de ir a la cocina entre horas). Si me miro la lorza todavía puedo verlas, ahí, tan quietas, sin un ápice de intención de moverse por sí solas de mí.
Así que, siguiendo con esto del ocultismo galletil, y por si me parecían poco las galletas de las jefas, me dispuse a hacer unas con la mejor harina repostera del mundo: la harina de algarroba.
Cuando trabajo en la carnicería de Alcampo, uno de los carniceros, siempre que me ve mover cajas de carne que pesan tres toneladas sin un soporte con ruedas (el que sea), me suele preguntar a gritos: "¡¿Tú has crecido debajo de un algarrobo?! ¡Que te vas a hacer daño!". Yo me río y sigo haciendo el belloto, es mi estilo (luego la espalda me insulta al cerebro).
Cada vez tengo más claro que sí, que crecí debajo de un algarrobo porque la harina de algarroba me encanta. Igual es por su "parecido" al chocolate (aunque no sea yo muy chocolatera). Pero el caso es que todo lo que provenga de la algarroba es una delicia. Hasta una cucharada de esta harina en un vaso de leche le da una patada en el orgullo a los colacados y los nesquickes. Que el color chocolate es de la propia harina, cero cacao. Para despistar al comensal: harina de algarroba. Si no habéis probado a elaborar nada con ella os recomiendo que os acerquéis al herbolario, compréis una bolsa (que además está bien de precio) y hagáis lo que se os ocurra. Ya veréis, ya. Yo os dejo por aquí la receta de las galletas.

Para 10 galletas grandes

80 g de harina de trigo
70 g de harina de algarroba
1/4 cucharilla de café de bicarbonato
40 ml de aceite vegetal o 50 g de aguacate triturado
40 g de azúcar de abedul, azúcar o equivalente en edulcorante
10 nueces peladas machacadas (o cualquier fruto seco que nos guste)
1 huevo M o 40 ml de leche (de vaca, soja...). Si no somos intolerantes recomiendo usar el huevo.

Mezclamos las harinas y el bicarbonato. Añadimos la grasa vegetal (el aceite o el aguacate) y el huevo batido o la leche junto con el azúcar o edulcorante. Por último agregamos las nueces picadas. Amasamos bien hasta que sea una pasta compacta. Damos forma de bola, envolvemos en papel film e introducimos en la nevera unos 30 minutos. Sacamos, aplanamos con un rodillo y vamos cortando las galletas con la forma que queramos. Cuanto más finas las cortemos más crujientes quedarán tras el horneado. Si nos gustan tipo bizcochonas sólo hay que aumentar el grosor. Precalentamos el horno. Horneamos las galletas a 180º unos 10-15 minutos. Sacamos, dejamos enfriar (endurecerán) y ¡a disfrutar!

Zarangollo



¿Alguna vez os ha pasado que viajando en transporte público alguien totalmente desconocido os sonríe cada vez que cruzáis miradas? Ayer volvía en el metro (que, por cierto, en Madrid no vuela precisamente, por mucho que se empeñen en convencernos con el eslogan) y me senté en las reposaderas de plástico duro e incómodo a las que muy optimistamente llaman "asientos". Pues bien, justo enfrente de mí había una señora mayor sentada. Levanté la cabeza, tras dejar las bolsas en el suelo e intentar acomodarme, y allí estaba ella, mirándome fijamente con una sonrisa de oreja a oreja. Por acto reflejo yo sonreí de vuelta y saqué mi libro. Me puse a leer, pero notaba que alguien me miraba. Alcé la mirada: allí estaba ella otra vez, sonriéndome. Eso ya empezaba a ser incómodo. Si esta era la situación en el minuto dos, imaginad cuando llevaba 15 en el vagón de las sonrisas de Stephen King. Que yo ya me estaba preguntando: ¿se estará riendo de mí? ¿se piensa que me conoce? ¿me conoce y yo no me acuerdo de ella? ¿tiene tensión muscular facial?. El caso es que llegó mi parada y me bajé de aquella cárcel enrarecida. Yo seguía con ese estado molesto. Tardé un tiempo en volver a la normalidad, pero nunca sabré quién era aquella señora y mucho menos sabré qué le pasaba por la cabeza para invadir mi espacio mental con su sonrisa perturbadora. La conclusión a la que llego es que el que puso los asientos del metro enfrentados no viaja mucho en ello. Si fuera así los pondría de cara a las ventanas, porque en el fondo esos vagones subterráneos son un castigo de parvulario y por lo menos se haría explícito.

Cambiando de tema, hoy es el día de la Región de Murcia. Nunca he estado por allí pero es uno de mis destinos más que apuntados. Me encanta la gastronomía que se cuecen. Sobre todo los guisos de trigo y los tropecientos zarangollos que atesoran. Cierto es que el que hago yo no tiene la textura untuosa que caracteriza un zarangollo como los dioses del Olimpo mandan, pero no puedo evitar que me encante comer verdura crujiente (y además así como menos pan porque parezco un gorgojo con las harinas). Aunque el zarangollo clásico sea una cosa más que conocida y reconocida en todo el territorio nacional, yo la comparto por si queda algún despistado. Ya colgaré por aquí otras variedades de zarangollo porque son todas un manjar digno de un sultán persa. ¡Feliz día a todos los murcianos!

Para dos raciones

400 g de calabacín
200 g de cebolla
2 huevos
aceite de oliva
sal
orégano

Cortamos el calabacín y la cebolla en dados. En una cazuela calentamos aceite de oliva y echamos la cebolla. Una vez esté blanda añadimos el calabacín. Salamos. Cocinamos a fuego muy bajo en sus propios jugos hasta que ablanden las verduras. En general se suele presentar como una pasta (después de una cocción de 20 minutos) pero a mí me gustan las verduras al punto. Añadimos ahora el huevo y removemos junto con las verduras hasta que éste esté hecho. Servimos, espolvoreamos el orégano y ¡a comer!

7 de junio de 2015

Tandoori Masala



Hay determinadas mezclas de especias que me apasionan. Las usaría con todo. Una de ellas es ésta. Si bien es cierto que existen diferentes mezclas, con más o menos especias y en distintas proporciones, después de probar varias tengo que decir que mi preferida es la que comparto. Yo os lo dejo por aquí por si os animáis a hacer la versión casera y ya de paso ahorraros unos cuartos, que ¡anda que no se suben a la parra en las tiendas con los precios de estos aderezos!


Para un tarro pequeño

1/2 cucharada de postre de coriandros molidos
1/2 cucharada de postre de fenogreco (alhovas) molido
1/2 cucharada de postre de canela molida
1/2 cucharada de postre de cardamomo molido
1/2 cucharada de postre de cayena molida
1/2 cucharada de postre de cominos molidos
1/2 cucharada de postre de pimienta molida
1/2 cucharada de postre de clavos molidos
1/2 cucharada de postre de ajo molido
1/2 cucharada de postre de jengibre molido
1/4 cucharada de postre de nuez moscada
1/4 cucharada de postre de semillas de hinojo molido (opcional)
1/2 cucharada de postre de cúrcuma (opcional)
1 hoja de laurel molida

Una vez hemos molido todas las especias las mezclamos en un tarro y lo guardamos, listo para usar. Si no lo vais a usar muy a menudo preparad menos, que ya sabéis que las especias pierden su gracia una vez están molidas.




6 de junio de 2015

Raciones individuales de combate de las Fuerzas Armadas Españolas. Análisis.



Hoy no traigo receta. Independendientemente de lo que el ejército pueda suscitar en cada persona quería compartir algo que considero curioso. No vengo aquí a valorar un tema tan peliagudo, con opiniones personales e intransferibles, como el de las Fuerzas Armadas. Los debates que solucionan el mundo son para la terraza del bar con amigos o familia y unas cervezas con su pincho de tortilla. Hoy vengo a lo que vengo: ¡a comer! (¡Menuda sorpresa!)

Recuerdo que la primera vez que el Notario trajo una caja de las raciones de combate todo mi afán era abrirla para ver qué había dentro. Una vez abierta perdió todo mi interés. Un tetris de tres latas y muchos complementos de cosas que a mí no me complementaban nada. Me acuerdo que lo mejor fue montar el hornillo como si fuera un Lego. Cuando terminé con la construcción para párvulos pensé: "¿ Y ahora qué? ¿No vienen unos sudokus o algo?". Pues no, las raciones de combate no incluyen sudokus. Ni siquiera para los oficiales que parten y reparten (ya le dije al Notario que menudo pringao estaba hecho). Tras mi clara casi decepción el Notario me empezó a contar que, a nivel internacional, las raciones del ejército español son de las mejor valoradas. Vamos, que el resto de ejércitos cambian lo que haga falta por comer algo decente. ¡En España se come bien hasta de lata! Para que las raciones fueran 100% españolas yo incluiría la típica sevillana de plástico que se ponía encima de la tele cuando las teles tenían "encima" (que ahora son todas planas y ya no puede uno poner el trapo de ganchillo, la sevillana y la foto de la familia).
Desde aquella primera ración que entró por la puerta de vez en cuando entran más. Si os soy sincera casi todo lo que traen esas cajas termina convertido en otra cosa (porque algunas no hay mortal que pueda comérselas).
En su momento a mí me produjo infinita curiosidad lo que aquello contenía y sé que esto le pasa a más gente. Así que os abro las cajas y cuento un poco la gaita. Si, por casualidad, alguien ha comido/probado las raciones, y quiere, que comente algo al respecto y nos echamos unas risas entre todos.

La alimentación en operaciones

La situación táctica de la región y, por lo tanto, el nivel de estabilidad de la zona y la capacidad de abastecimiento determinan la alimentación en campaña. Vamos, que si está la cosa chunga no pueden ir los de Masterchef a cocinar para la Panzer Bellota. Así, nos podemos encontrar los siguientes modelos de mayor a menor inestabilidad: 
  • Ración individual de combate autocalentable: las que voy a comentar.
  • Ración colectiva: se calientan en las cocinas de los campamentos en marmitas de Obélix.
  • Cocina con productos frescos y externalización de servicios.
  • Externalización completa.
Existen además las llamadas raciones de emergencia, de unas 1050 kcal, que incluyen como alimentos: chocolate con leche y almendras, turrón de Alicante, carne desecada, caramelos, azúcar, café en sobre, consomé instantáneo, pan galleta y dos tabletas del misterioso alimento equilibrado de alto valor energético. Esto último debe ser Soylent Green o algo parecido.

Ración Individual de Combate

Las raciones individuales de combate tienen, en cada una de las tres ingestas, cinco menús distintos para cada una de ellas. Existen también raciones halal con dos variedades de menú para la comida y otras dos para la cena. Y es que no tenemos que olvidar que hay una considerable cantidad de militares musulmanes (la mayoría oriundos de Ceuta o Melilla). 

En total, el valor energético de la ración diaria oscila entre 3446 y 3608 kcal. Se supone que se queman. Se supone. Creo que más de uno se ha convertido en Jabba el Hutt gracias a esta brutal dieta. Porque hay que tener en cuenta que, en general, ésta es la comida de la que disponen como primer recurso y la que se llevan de maniobras (tanto en territorio nacional como fuera de nuestras fronteras).
Hay que señalar que en el caso de las maniobras cada militar tiene que abonar lo que cuesta la alimentación. Vamos, que de gratis nada, que no está el horno para bollos. Siguiendo con las maniobras, en ocasiones, en lugar de raciones individuales de combate les entregan una bolsa de plástico a la que, en un alarde intenso místico del tipo Santa Teresa de Jesús, llaman "bolsa" y que incluye un bocata, un bollo, una fruta, a veces una lata pequeña de paté y algo más de pan y un refresco. Todo ahí tirado sin orden ni concierto y que, al final del día, da como resultado una manzana mullida blandurria y un panecillo arrugado chicloso con trozos de chocolate del bollo pegados en todas partes. Como el que se va de excursión al monte con la familia. De aquí a dos días tortilla, ensaladilla rusa y abuela y primos en la bolsa de plástico de comida.

Para todos los interesados en la información nutricional aquí dejo la distribución total de los nutrientes:
  • 16,10-18,95 % de proteínas
  • 34,96-40,69% de lípidos
  • 43,10-47,74% de hidratos de carbono
Por si las casi 4000 kcal fueran poco, dependiendo de la actividad, encontramos también el Refuerzo de las raciones individuales (que no es la ración de emergencia pero muchos de sus alimentos son los mismos). Suman unas 1000 kcal más y está compuesta por: chocolate con leche y almendras, turrón de Alicante, miel, chicles y una tableta de 30g de Soylent Green (el alimento equilibrado de alto valor energético que también incluyen las raciones de emergencia). Los refuerzos están destinados a cuerpos como Operaciones Especiales o Montaña, como es natural por otra parte.

A continuación os comento desglosadas cada una de las ingestas. Ya de paso os doy mi opinión de lo que he podido probar y os adjunto algunas fotos de los menús que tenía en casa:
 

Desayuno:

Si yo me levantara por las mañanas y tuviera uno de estos menús para desayunar 3 días seguidos sería diabética seguro. Lo que no sería es persona, que yo sin mi tostada y mi yogur no soy susceptible de existir. Pero esto a los nutricionistas de las Fuerzas Armadas les importa un pepino (incomprensiblemente para mí) y sus propuestas son las siguientes:




Desayuno Menú Nº5

Desayuno:
  • 2 sobres de café soluble de 2g
  • 3 sobres de leche condensada azucarada de 25g
  • 1 tarrina de confitura de albaricoque de 25g
  • 1 paquete de galletas dulces de 80g
  • 1 chocolatina con leche de 25g




Complementos:
  • 2 pastillas depuradoras de agua
  • 2 pastillas de combustible sólido
  • 1 sobre de sales para rehidratación oral de 5g
  • 1 chicle
  • 1 estuche de cerillas (20)
  • 1 hornillo quemador
  • 1 bolsita con papel de celulosa (10)
  • 1 cepillo dental
  • 1 crema dental fluorada
  • 1 desinfectante instantáneo para manos

Siempre que veo una pegatina que claramente está tapando el producto original tengo la imperiosa necesidad de ver qué hay debajo. Como podéis ver, la mermelada, por lo menos, es de buena calidad (y va a ir directa a dar brillo a alguna tarta de manzana).
Las galletas son las típicas tostadas rectangulares. Ahí me llevé un chasco (porque no sabía lo que me iba a encontrar). Pero vamos, que me las comí igual porque esas galletas son el comodín del público para todo el mundo (por lo visto para el ejército también).
La tableta de chocolate... Creo que se han pasado llamando a eso chocolate. Es la típica pasta en forma plana y rectángular que sabe a grasuza dulce. Para que os hagáis una idea sabe al chocolate de los paraguas pequeños aquellos que afortunadamente están casi en peligro de extinción. Más malo que el Dr. No. Desde aquí solicito que cambien esa basura de la ración porque dan ganas de quitarse la vida un poco y no creo que ayude a ningún Estado tener un ejército suicida.
Los complementos son los mismos en cada menú.



 Comida:

La comida, además de lo que viene en la caja, incluye un paquete de 100 g de pan galleta. El pan galleta es una guarrería insulsa con una fecha de consumo preferente de holocausto nuclear. Recuerdo que cuando lo probé pensé que aquello era el karma devolviéndome las cosas malas que había hecho en la vida.



Comida "A" Menú Nº1

Comida:
  • 1 sobre de sopa de pollo instantánea con pasta de 13g
  • 1 lata de lentejas con chorizo y tocino de 300g
  • 1 lata de caballa en aceite vegetal de 120g
  • 1 tarrina de crema de manzana de 50g




Complementos:
  • 2 pastillas depuradoras de agua
  • 3 pastillas de combustible sólido
  • 4 sobres de polvo isotónico defatigante con vitamina C de 5g
  • 1 chicle
  • 1 estuche de cerillas (20)
  • 1 hornillo quemador
  • 1 bolsita con papel de celulosa (10)
  • 1 crema dental fluorada
  • 1 desinfectante instantáneo para manos
Las sopas, en general, no es que sean una maravilla pero son lo que son. Sopas de sobre. Ni más ni menos. Ni peores ni mejores. Así que tampoco me voy a poner exquisita al respecto. 
De las lentejas tengo que decir que no están malas. Pero de todos los menús el mejor guiso es el de pote gallego. Está muy bueno. Y ya si lo metes de relleno en una empanada no os quiero ni comentar. Desde aquí mis felicitaciones al chef potero galleguístico (y si le sobra que me mande).
Las latas de conserva son exactamente como todas las del mundo. 
Lo mejor de las comidas es el postre. Las cremas de frutas, especialmente la de manzana, tienen un sabor muy bueno (teniendo en cuenta que viven durante mucho tiempo en un plastiquete).
De nuevo, los complementos se repiten en cada menú.



Cena:

La cena incluye también un paquete de 100 g del mal llamado pan galleta (tendría que llamarse condena de la Inquisición).




Comida "B" Menú Nº 5

Comida:
  • 1 sobre de sopa de verdura instantánea de 20g
  • 1 lata de judías verdes con jamón de 190g
  • 1 lata de calamares en aceite vegetal de 115g
  • 1 lata de melocotón en almíbar de 190g
  • 1 lata de paté de 70g

Complementos:
  • 2 pastillas depuradoras de agua
  • 3 pastillas de combustible sólido
  • 4 sobres de polvo isotónico defatigante con vitamina C de 5g
  • 1 chicle
  • 1 estuche de cerillas (20)
  • 1 hornillo quemador
  • 1 bolsita con papel de celulosa (10)
  • 1 crema dental fluorada
  • 1 desinfectante instantáneo para manos

Aquí tengo que resaltar una cosa: las verduras están muy malas. Pero malas. Mucho. Un horror. Llevan el típico caldillo blancuzco que al abrir la lata inunda tus fosas nasales de némesis divina o venganza universal. No lo he puesto al microcoscopio pero seguro que se puede ver, en el líquido blanco, una tribu de micromojones apuntándo con el dedo hacia arriba mientras se mofan del que se lo va a comer. En serio, que alguien haga algo al respecto porque nadie se merece tal cosa. Prefiero comerme las cerillas y el papel.
Lo mejor, una vez más, es el postre. Si tuviera que alimentarme a base de raciones creo que terminaría por comer únicamente la fruta en almíbar.
En todos los menús los complementos son los mismos.


Y bueno, aunque podría extenderme más creo que ya os habéis hecho una idea de los menús gourmet de los que disfrutan los militares. Casi toda la información técnica aquí vertida ha sido obtenida de la web del Ejército de Tierra. Y, si tenéis más interés, en el apartado de la Agrupación de Apoyo Logístico de Zaragoza (AALOG 41) hay documentos sobre el asunto.

2 de junio de 2015

Baozi. Receta china



Hace mil años que no voy al cine. Que tiene eso unos precios que ni que le dieran a uno un asiento de oro con incrustaciones en diamante. No me importaría pagar lo que vale la entrada si a la salida te pusieran un detector de "me ha gustado/no me ha gustado" y en caso de que el resultado fuera negativo te devolvieran lo que vale la entrada y, además, les mandaran un cactus venenoso al director y a los productores por el bodrio que te has tenido que comer con patatas. 
Otra cosa que me molesta de los cines es la gente que no calla o que se pasa la película entera masticando palomitas en el asiento de al lado. Si tanta hambre tiene uno no se cena un kilo de palomitas, te cenas una cabra con cuernos y todo. A veces creo que a esa gente la contratan en los cines como atrezzo. Y es que no ha habido vez que haya ido que no hubiera gente molestando al resto. Una de las maneras de tener mayores garantías de un menor comportamiento cromañón en la sala es ir a las versiones originales. Aunque sólo sea porque hay menos gente, la probabilidad de que la sesión te salga rana ambientalmente es mucho menor. 
Pero luego hay otro problema. En general, el cine que me gusta a mí no le gusta a casi nadie. Que no es que me guste el cine kurdo (con Las tortugas también vuelan casi me dan espasmos cerebrales del aburrimiento), pero todavía recuerdo cuando mi amiga Janépolis y yo convencimos al resto de ver Marie Antoinette de Sofia Coppola. ¡Santo tostón después de la película! Es casi peor aguantar una horda de orcos blasfemando durante años (cada vez que se acuerdan de ello) que salir del cine sin que te haya gustado a ti la película. 
La otra opción es ir con tu sombra al cine. Que a veces lo he hecho, pero entonces volvemos a encontrarnos con el atrezzo con oficio de molestador.
Así que por todas estas razones voy poco al cine. Igual es que con el paso del tiempo me he vuelto más refunfuñona (que seguro que sí). Lo que no hago es dejar de ver cine. Pero en casa, con todas las ventajas y comodidades que eso tiene. Si quieres comer o recitar las Geórgicas de Virgilio mientras ves una película no molestas a nadie, le puedes dar al pause para ir al baño o quitarla si es una basura cósmica. 
Una cosa que hago mucho es poner una película a la hora de comer (así me evito la inexplicable saga de películas alemanas que han comprado en Televisión Española). Los baozi los suelo hacer cuando voy a ver cine oriental, como para empatizar más o algo. Una tontada que me sirve como excusa. 
Hay infinitos tipos de saquitos de harina orientales rellenos, cada uno con su nombre y modo de elaboración. Los que hago, con alguna modificación, son los que aparecen en el libro Pan Casero de Ibán Yarza. Son relativamente rápidos de elaborar y están muy buenos. He probado a hacerlos en el horno y en vaporera (como se suelen comer). De las dos maneras dan como resultado un plato vacío de contenido y una mirada de "¿ya se ha terminado?". Os dejo la receta para que, si no los habéis probado, los hagáis porque son una delicia.



Para 4 unidades pequeñas o 1 grande:

Para la masa

100 g de harina floja de repostería
50 ml de agua
5 g de azúcar
1 g de sal
3 g de levadura fresca de panadero

Para el relleno

100/125 g de carne picada  (se usa de ternera y cerdo pero yo eché pollo que me gusta más)
1 cebolla pequeña
1 diente de ajo
aceite vegetal al gusto
un chorrito de salsa de soja
un chorrito de vinagre de arroz
una cucharada de postre de miel
una pizca de pimienta de sichuan (o negra)
1 clavo de olor molido
2 vainas de cardamomo molido



Empezamos con la masa. Mezclar y amasar unos 10 minutos todos los ingredientes hasta que la masa sea firme y tenga aspecto seco. Dejamos levar tapada unos 45 minutos. Mientras reposa vamos haciendo el relleno. En una sartén echamos el aceite y la cebolla y el ajo picados y dejamos que se doren. Añadimos entonces la carne picada y el resto de ingredientes. Cocinamos unos 15 minutos. Cuando haya pasado el tiempo de reposo de la masa hacemos porciones de unos 30 gramos y damos forma de bola. Entonces las aplastamos en forma de ovni (con la mano o un rodillo) y vamos poniendo el relleno en el medio. Cerramos los bollitos con los pliegues característicos haciendo pellizcos en los bordes de la masa. Colocamos en la bandeja del horno o en la vaporera sobre papel sulfurizado y dejamos levar unos 40 minutos. Encendemos la vaporera y cocemos unos 10 minutos, o bien introducimos en el horno hasta que la masa esté dorada (unos 15 minutos, dependiendo del horno). Si se hacen al vapor no hay que sacarlos inmediatamente de la vaporera porque se arrugan (como los míos) y encojen. Es mejor dejarlos reposar unos 5 minutos para después retirarlos, servirlos calientes y ¡a comer!

Yogur de ciruelas, clavo y canela

Hacía tiempo que no subía una receta de yogur. Y no es porque no los coma, todo lo contrario, al menos uno cae todos los días. La pena es que ahora, desde que el Notario está en el corazón de África sufriendo diarreas, los yogures me duran más y tengo que regular mi ansia de seguir experimentando inventos en botes de cristal (sigo hablando de yogures, no de aberraciones de la naturaleza en formol). Lo bueno de que no esté es que no tengo un inspector de neveras que confisca para su barriga lo que buenamente cree adecuado. Pero, como las oscuras golondrinas, volverá. Y a su regreso encontrará yogures de pimiento (en mi maldad intrínseca así me garantizo que no se los coma. Aunque bien pensado un yogur de pimiento lo mismo es una guarrería).
Los que si estaban muy buenos eran estos de ciruelas. Me encantan las ciruelas. Pero tienen que ser de las negras con la pulpa roja casi negra. Sé que a todo el mundo le encantan las claudias, pero eso es lo fácil. ¿Sabéis cuántos tipos de ciruelas negras hay con la pulpa blanca? Casi todas. Por eso, cuando las compro, aunque pregunte al tendero (que normalmente se inventa la respuesta), el primer bocado de uno de los ejemplares es siempre una sorpresa rodeada de un halo de misterio. A veces me llevo un chasco (porque son blancas), a veces una feliz alegría. Éstas de los yogures eran de pulpa blanca-amarilla. Tenía que quitármelas de encima para seguir mi búsqueda de la ciruela perfecta. Encontrar las que me gustan es más complicado que el viaje de regreso de Ulises a Ítaca.

Para 7 yogures

1 litro de leche desnatada
200 g de ciruelas
1 palo de canela
4 clavos de olor
1 yogur natural desnatado
50 g de azúcar o equivalente en edulcorante
2 ó 3 cucharadas soperas de leche en polvo

Pelamos las ciruelas y las rehogamos en una olla con el azúcar unos 10 minutos. Dejamos enfriar. En otra olla infusionamos la leche con los clavos y la canela. Dejamos que atempere. Una vez estén todos los ingredientes a temperatura ambiente los ponemos en el vaso de la batidora y trituramos. Vertemos en los vasos de la yogurtera y dejamos 10 horas. Retiramos a la nevera al menos 4 horas antes de consumir. ¡A disfrutarlos!
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