24 de septiembre de 2015

Ensalada de espinacas, higos y bolitas de queso fresco batido con vinagre de cerezas



Hoy vengo de plagio. Digooooo... de homenaje. Porque sí, porque el entorno bloguero sólo le da a una alegrías. Alegría de conocer gente maja que comparte su tiempo, el sentido del humor y otras muchas cosas conmigo. Estando el mundo tan revuelto parece mentira que ni unas carcajadas plenas se pueda echar una. Siempre pensando si lo que se dice ofenderá a alguien, si será o no apropiado a la circunstancia o si el disfraz de fresa que te compraste el año pasado para Carnaval será el atuendo adecuado para pasar la frontera con Francia.
Así que, por todo esto y más, he decidido que voy a poner en marcha la sección: Te copio y te lo cuento porque no tengo vergüenza. Y es que tengo el borrador con un puñado de recetas que he ido probando de blogs ajenos-amigos que creo que merece la pena compartir ensalzando, además, al propio autor de la misma. Hay que aprovechar que de momento no existe una SGAE bloguera culinaria y decir a los cuatro vientos que sí, fui yo la que intentó imitar subrepticiamente tu receta.

~ Te copio y te lo cuento porque no tengo vergüenza ~
Episodio I


Hoy en la sección que comienza tengo el horno y el honor de presentaros mi copia chusca de las Bolitas de queso en aceite y especias de El cuaderno de Recetas. Nuria, a la que casi todos conocemos porque es una artistaza de revista, se marca unos platos que es verlos y saltar de la silla a la cocina. Originales, fáciles y que pintan mejor que Van Gogh.
Mi versión de las bolitas de queso se enmarca en la categoría aristotélica de "paso de hacer el queso". Cuando me fui corriendo a la cocina a preparar las albondiguillas no tenía kéfir. Pero ahora que, gracias a ella (todo hay que decirlo. ¡Gracias infinitas!), empiezo a cultivar mis propios condumios kefirados tendré que hacer la versión original. Entre tanto admito que las bolitas preparadas con la alternativa de queso fresco batido fueron más que satisfactorias y acompañaron a las espinacas y a los benditos higos con una dignidad que ni Carmina Ordóñez lavándose los pies con Coca Cola en el Rocío (esa imagen me marcó de por vida). El vinagre de cerezas también es como un (T)Rolex de mantero, copia descarada de otra delicia que añado en otra entrada. Os dejo por aquí el enredo.

Para dos raciones:

200 g de espinacas
8 higos cortados a la mitad
8 bolitas de queso
un chorrito de vinagre de cerezas
sal y aceite al gusto
cardamomo molido (opcional)

Lo único que tiene misterio son las bolitas de queso.

Para 8 bolitas de queso

Un tarro grande de queso fresco batido (de unos 400 g, depende de la marca que compremos)
Semillas de Amapola
Aceite de Oliva Virgen Extra.


En un colador de tela con un recipiente debajo (para que recoja el suero) ponemos a escurrir el queso fresco batido en la nevera. Yo lo dejé un día y medio para que quedara más prieto. Una vez tenga textura dura cogemos porciones del queso y damos forma de bola. Pasamos por las semillas de amapola. 
Preparamos un tarro de cristal (esterilizado) en el que echaremos aceite de oliva. Introducimos las bolitas de queso, cerramos el bote y lo dejamos una semana. Pasado el tiempo sacamos las bolitas (yo las puse en papel de cocina para que escurrieran) y volvemos a rebozar por las semillas de amapola. 
Ya podemos colocar todos los ingredientes. ¡A disfrutar!



Vinagre de cerezas


(Aviso a navegantes: Si vas a leer las dos recetas de hoy te recomiendo que empieces por la Ensalada de espinacas, higos y bolitas de queso fresco batido con vinagre de cerezas. Así todo tendrá un poco más de sentido. Si por el contrario la ensalada te da lo mismo y lo que quieres es vinagrear, ¡bienvenido seas!).

 ~ Te copio y te lo cuento porque no tengo vergüenza ~
Episodio II


En esta nueva entrega de la sección (en la que no me lo curro mucho pensando) os traigo algo que es fundamental en mi vida: el vinagre. Los colecciono como sellos. Me encantan todos. Debo tener unas 8 ó 10 botellas con disintos tipos en la alacena esperando a aderezar el plato adecuado. Aunque admito que el vinagre balsámico y yo no somos muy amigos. Eso sí, me encantaría poder probar el vinagre original de Módena (no la versión estafa vinagre+caramelo que se vende hasta en la ferretería). Pero al precio que está, porque su elaboración es un proceso absolutamente artesanal con más de una década de fermentación, comprarlo no es que sea prohibitivo, es que es una ensoñación cartesiana. Así que mi gozo en un pozo y a otros menesteres.
En cuanto vi el Vinagre de cerezas de El cuaderno de Recetas supe que eso lo tenía que probar. Me saltó el resorte y a ello que me puse. Tengo que decir que me volví un poco loca y me puse a macerar vinagre como si no hubiera un mañana. La parte buena es he podido compartirlo con amigos (del club de fans del vinagre) y todos tenemos la misma opinión: es una maravilla de los dioses.
En la foto no se ve ninguna cereza porque, en cuanto las saqué, ¿qué hice con ellas? Comérmelas. Sin pensármelo ni medio minuto fueron el pincho de media mañana del fin de semana ensartadas en un palillo con cubitos de queso. ¡Aquí no se tira nada! Os dejo con mi versión.



1 litro de vinagre de vino blanco
300 g de cerezas
un puñado de granos de pimienta

Lavamos las cerezas, las cortamos por la mitad y retiramos los huesos. Introducimos en un tarro el vinagre, las cerezas y la pimienta. Dejamos macerar al menos tres semanas. Pasado el tiempo retiramos la fruta (que estará de un simpático color blanco) y lo vertemos en el recipiente en el que queramos mantenerlo. Echárselo a todo lo que podamos y ¡a disfrutar!

20 de septiembre de 2015

Blodplättar. Receta sueca



Se abren los portones y músicos propiamente ataviados alzan cornetas y trompetas. Uno de ellos adelanta el paso y en el patio de armas se oye una nota estridente en clave de sol que ensordece al inquisitivo auditorio. Aparece un séquito formal atravesando el umbral y, al fondo de la comitiva, yo y una piara de gorrinillos con pajarita y sombrero de copa. En una mano llevo una religiosa patena con blodplättar. Con la otra me tapo la cara de lado mirando de reojo a mis inseparables cerdos porque lo más probable es que desde la gradería me arrojen manzanas pochas a la cabeza. Pero no me importa. Estratégicamente llevo a los Suidos conmigo porque sé que disfrutarán con todos los desperdicios que me puedan lanzar. Ahora sólo queda esperar la reacción de los circunstantes.

¡Ayyyyyyyy! Yo y la casquería. No puedo hacer nada para enfrentarme al glorioso gusto que me da comer cualquier entraña que me vendan en uno de esos puestos metálicos del mercado. Soy consciente de que un gran porcentaje de la población detesta casi todos los "despojos" de los animales. Pero para ser justos también tengo que decir que ni siquieran han probado un tercio de los productos que se comercializan. Es cierto que la mayoría de estas carnes tienen que ser consumidas con moderación por temas de colesterol y tal Pascual, pero la restricción alcanza tal grado que casi ni llegan a nuestras neveras. Se olvidan todas las bondadosas propiedades al pasar por delante del puesto y ver unas gigantes lenguas de vaca en mitad del mostrador dispuestas a darte un lametazo.
Independientemente del gusto, entiendo que consumir casquería es un acto de responsabilidad para con los animales. Y aquí me brota: ¡la conciencia moral del omnívoro! No es muy cabal que de cada animal que indefectiblemente se mata sólo se consuman sus músculos, puesto que las vísceras representan una parte muy importante del peso del bicho. Casi me parece igual de mal matar una vaca para hacer filetes de cadera y solomillo que un bisón para quitarle la piel y hacer una manga de un abrigo. Pero vamos, tampoco me hagáis mucho caso, que las opiniones (como las calculadoras en un examen de matemáticas) son personales e intransferibles y, de todos modos, yo ya me como la casquería del resto para compensar y hacer del mundo un lugar mejor (por ejemplo).

Y a lo que voy, que me pongo a soltar sermones domingueros y pierdo la rosa de los vientos entera. Cuando me encontré con esta receta (que tiene más aromas que diez festejos navideños) ni me lo pensé. Eso tenía que probarlo sí o sí. Sus especias, sus uvas pasas... El resultado fue que casi me pongo a montar el árbol de Navidad en agosto. Esta especie de torta morcillera se sirve acompañada con una salsa simple de arándanos rojos y trozos de manzana frita o una ensalada. Yo como tenía más hambre que el perro de un ciego (que ni sé en qué momento hice la foto) no me dispuse a hacer salsas ni gaitas en vinagre. Corté una manzana, le puse un puñado de frambuesas (que es lo que tenía por casa) y os prometo que no eché de menos nada. Pero tengo más que pendiente volver a hacerlo con todo el condumio incluido. ¿Podía haber esperado para hacer el plato entero? Debería, pero no pude.

PD. Si me lanzáis manzanas pochas por lo menos que no sean Granny Smith (que están más duras que una losa).



Para dos raciones

300 g de sangre de cerdo
60 g de harina de centeno integral
1/2 vaso de cerveza
1/2 cebolla
30 g de mantequilla
sal al gusto
1/4 cucharada de postre de clavos de olor molidos
1/4 cucharada de postre de pimienta blanca
1/2 cucharada de postre de orégano, albahaca o tomillo
30 g de uvas pasas


Pelamos la cebolla y la picamos. Calentamos la mantequilla y salteamos la cebolla. Añadimos la sangre. Cuando vaya perdiendo la consistencia sólida agregamos poco a poco la harina sin dejar de remover. Vertemos ahora la cerveza, las especias y las pasas. Cocinamos a fuego lento hasta que tengamos una pasta homogénea. Una vez la tengamos calentamos una sartén pequeña (de las de tortitas mejor) y, con el fuego bajo, vamos echando masa. Le damos la vuelta a nuestra "tortita de sangre" (que se desmenuza un poco y a veces es desesperante) y una vez cocinada por ambos lados retiramos del fuego. Repetimos la operación hasta terminar con la masa. Servimos con salsa de arándanos y rodajas de manzana frita.


Panecillos de mostaza y coriandros


Hace bastante tiempo que no subo por aquí una de las infinitas variedades de pan que existen (o bien hago según da el viento ese día). Y es que desde que en mis inicios panarras (que parece que fue hace una centuria pero en realidad hace un año y medio) descubrí el maravilloso y matemático mundo de la elaboración de pan es muy raro que por aquí no haya pan casero a diario. Aunque tengo que confesar que alguna que otra vez he tenido un antojo de pan untado con mantequilla y azúcar (¡¿quién dijo miedo?!), no tenía pan en casa y he tenido que bajar a los ultramarinos a por una barra. 
Mi lema es claro: no hay pan malo. Que sí, que en mi fuero interno sé que lo hay, pero con la barbilla en alto y mirando al infinito me repito: "A Dios pongo por testigo que no hay pan malo". 
Lo que sí hay son panes que le dan a una alegría de vivir. Todavía me acuerdo de esa hogaza de trigo de Cangas del Narcea con una lagrimita en el ojillo mientras hago pucheros. Si tenéis la oportunidad de visitar la maravillosa localidad asturiana os recomiendo que paséis por la panadería artesana Manín en la que, además de tener panes maravillosos, os tratarán muy amablemente y si os brota la vena "tengo-que-comprar-harina-como-autosouvenir" (preferiblemente de escanda que para eso está uno en Asturias) os la venderán de mil amores. 

De momento os dejo una cesta de panecillos integrales de trigo con mostaza y semillas de cilantro. Voy a hacer un apunte con respecto al cilantro: odio con todas mis fuerzas el cilantro fresco. No lo soporto ni de lejos. Si algo lleva cilantro, aunque sea una hoja, lo detecto a tres mil kilómetros y salgo corriendo en dirección contraria. Sí, me sabe a jabón. ¿Qué le voy a hacer? Hace tiempo leí que era una cuestión genética, lo que me da un respiro (y una excusa estupenda) porque es la única cosa de comer que no me acerco al buzón de la cara. Pero con las semillas sí que me voy de fiesta a cualquier plato. Misterios del paladar.



Para 10 panecillos

200 g de harina panadera
300 g de harina integral de trigo
25 g de levadura fresca
1 y 1/2 cucharada sopera de salvado de espelta
1 cucharada de postre de sal
1 cucharada sopera de coriandros tostados y molidos
1 cucharada sopera de semillas de mostaza tostadas y molidas
semillas de amapola para decorar

Tostamos previamente en la sartén sin aceite las semillas de mostaza y los coriandros para pasar a molerlos después. Mezclamos entonces todos los ingredientes (la levadura disuelta en el agua) junto con los cominos y la mostaza. Amasamos unos 15 minutos y dejamos reposar la masa en bloque (en forma de bola) una hora aproximadamente (tapada con un paño húmedo en sitio sin corrientes de aire). Pasado el tiempo desgasificamos amasando un minuto. Cogemos porciones iguales de la masa y damos forma. Colocamos en la bandeja del horno con papel sulfurizado o harina en la base y dejamos leudar entre una hora y una hora y media, dependiendo del calor que haga, tapado con un paño húmedo en un sitio sin corrientes. Precalentamos el horno a 200º. Greñamos los panes y espolvoreamos las semillas de amapola. Horneamos entre 30 y 40 minutos, hasta que estén dorados. Sacamos, dejamos enfriar y ¡que aproveche!

9 de septiembre de 2015

Caponata de berenjenas. Receta italiana


¿Sabéis eso que dice la gente de: "¡me faltan horas!"? Pues bien, a mí me falta un día (o me sobra, que a estas alturas vaya usted a saber). No sé en qué momento de la semana pasada uno de ellos activó una especie de jet lag mágico-experimental-inverso y desapareció. Consecuencia. Vivo pensando que las jornadas se desarrollan un día antes. Si hoy es miércoles (porque me lo dice blogspot) yo me voy a pasar el día pensando que es martes y no hay más vuelta de hoja. Si le cuento a alguien algo que hice la semana pasada el día no se va a corresponder con la realidad nunca: "El miércoles hice el examen de acceso al curso de administración de redes de Cisco". ¡Mentira! Fue el jueves. Y así con todo. Así que en mi cabeza hay un orden cronológico estupendo que no se corresponde con el del resto del calendario gregoriano. Digo yo que en algún momento me organizaré un poco la estructura. Si tuviera un trabajo de lunes a viernes esto no me pasaba. Iba a tener más clara la semana que un manantial de cordillera. Como dice Pedro Urdemalas: quien no tiene ovejas no tiene bragas (bendito refranero).
Lo importante es que, al menos, me he dado cuenta (gracias a los comentarios de amigos del tipo: "¿Pero qué estás diciendo? Si eso fue el sábado!"). Desde aquí me gustaría agradecer los centrajes temporales a los seres cercanos.

La dicha es que para comer no hace falta saber qué día es. Total, comer tenemos que comer todos los días. Y si me pones berenjenas por delante me apunto la primera. Eso es lo que pensé al ver esta caponata. Me arremangué y...¡a la cocina! Me gustó tanto que ya la he hecho unas chorrocientas venticinco veces.


Para 2 raciones

2 berenjenas
1 cebolla
1 tomate hermoso
100 g de aceitunas verdes deshuesadas
50 g de alcaparras
1 trozo de corazón de apio
1 zanahoria pequeña
1 cucharada sopera de azúcar moreno
50 g de tomates deshidratados
1 manojo de perejil
1 cucharada sopera de vingre de vino
aceite de oliva
sal y pimienta

Cortamos las berenjenas en dados, pelamos y rallamos la zanahoria, cortamos el apio, los tomates secos y las aceitunas en rodajas, picamos la cebolla, el tomate y el perejil. Introducimos los dados de berenjenas en aceite de oliva y dejamos reposar unos diez minutos. En una sartén vertemos el aceite en el que hemos tenido las berenjenas y doramos la cebolla con el apio a fuego lento. Añadimos ahora el tomate y salpimentamos. Dejamos cocinar unos 5 minutos. Echamos la zanahora, las alcaparras, las aceitunas, los tomates deshidratados y el perejil. Removemos y dejamos unos 10 minutos cocinando. Agregamos entonces los dados de berenjena, volvemos a remover y cocinamos otros 10 minutos. Vertemos ahora el vinagre y el azúcar. Dejamos unos 5 minutos más. Servimos, decoramos con más perejil y ¡a disfrutar!

Gelatina helada de frambuesa y yogur


Si os soy sincera como que ya no hace tanto calor para este postre. Pero da un poco lo mismo porque sí, como todos los años, todavía nos queda el arrebato térmico de Octubre en el que todos pensamos: "¿Y este calor ahora? ¡Si ya estamos en Octubre!". Y todos los años la misma gaita, para no perder costumbre (hablo del calor insensato, no de nosotros que no nos repetimos nada de nada con las cantinelas mariachis). "Ocho (meses) de invierno, cuatro de infierno", que se dice de Castilla.

El caso es que no es que sea yo muy fanática de la gelatina. Que veo algo moverse con el típico zarandeo gelatinoso y me dan ganas de salir a correr el test de Cooper (no por el correr en sí mismo sino porque así me alejo de ello). Pero tengo que admitir que el yogur gelatinizado con frutas está bueno y tiene la textura cremosa suficiente para que no se la tire a la cabeza a alguien mediante una cuchara-catapulta. Así que, si tenéis calor y os apetece hacer algo más con la gelatina que arrojarsela a otros seres vivos, os dejo por aquí la receta.


 Para 6 raciones

100 g de frambuesas a temperatura ambiente
500 g de yogur griego a temperatura ambiente
1 sobre de gelatina neutra en polvo (10g)
4 cucharadas de agua fría
azúcar de abedul, blanquilla o equivalente en edulcorante

En un cuenco echamos las 4 cucharadas de agua fría y añadimos el sobre de gelatina. No removemos y la dejamos reposar 5 minutos. Batimos las frambuesas (dejamos algunas para decorar) junto con el yogur y el azúcar. Una vez la gelatina tiene un aspecto esponjoso la añadimos al yogur y continuamos batiendo hasta que desaparezcan los grumos. Que el yogur y la fruta estén a temperatura ambiente ayuda a que la gelatina se disuelva antes. Echamos en cuencos, decoramos con alguna frambuesa e introducimos en el congelador dos horas (más no que se convierte en pedrolos rosas). Sacamos y ¡a disfrutar!


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