17 de noviembre de 2015

Guiso de trigo. Receta peruana





El tiempo últimamente sólo acompaña platos de cuchara, manta, pijama gordo, bata y sofá. Pero, como sucede con todas las cosas, no hay mal que por bien no venga. Vamos, que la enumeración de arriba no es lo que más me apetece del mundo, que si pudiera no era yo la que se quedaba en casa disfrutando del tiempo estacional, me cogía la maleta y me iba de turismo gastronómico de cuchara. (Bueno, eso o a la ruta de la tortilla a casa de Concha. Y así, sin ponerme roja ni nada lo digo ¡Que con ese tema ella sí que no se anda con tonterías! Benditas tortillas las suyas).
Pero como ni chicha ni limoná pues un guiso de los que me gustan y haya paz. Que el horno no estará para bollos pero la olla siempre está dispuesta a cocinar lo que le eches (si es que ellas son así de agradecidas).

Ya sabéis que el pan es mi debilidad por excelencia (y ser muy plasta con el tema también), pero no es tanto por el pan como por el gusto por los cereales. Me encantan y el pan es mi forma casi diaria de consumirlos. Pero de vez en cuando, cuando el cuerpo lo pide, lo cambio por estas elaboraciones o por platos de pasta (admito que de esto último menos y tengo que solucionarlo). 

El caso es que los guisos de trigo siempre los había hecho siguiendo diferentes recetas murcianas y el resultado en general ha sido muy bueno. Pero por circunstancias que ya comenté (aquello de gente que emigra) me encontré con esta receta y tuve que probarla. Mi conclusión es que, salvando las distancias, poco o nada tiene que envidiar al guiso tradicional murciano.



Para 3 ó 4 raciones

250 g de trigo
200 g de tomate natural triturado
1 cebolla hermosa
100 g de guisantes
300 g de pechuga de pollo (puede ser morcillo de ternera también)
3 patatas hermosas
1/2 cucharada de postre de pimienta
1/2 cucharada de postre de cominos
1/2 cucharada de postre de pimentón dulce
1/2 cucharada de postre de cúrcuma
1 cucharada sopera de ají (yo le puse argentino, que es el que tenía)
1 cucharada sopera de cilantro fresco picado (yo no le puse)
aceite de oliva
sal al gusto

Arroz blanco para acompañar (opcional)



La noche anterior lavamos el trigo y lo dejamos en remojo. Al día siguiente volvemos a lavarlo para quitar la suciedad y los granos que no estén en su punto óptimo. Echamos el trigo en una olla y lo dejamos cocer hasta que esté tierno. Depende de la olla y del tipo de fuego pero en mi caso suele tardar una hora. En olla exprés el proceso es más rápido, por supuesto.

Mientras se cuece el trigo picamos la cebolla, cortamos las patatas en cubos y la carne en trozos. En otra olla ponemos a calentar aceite. Echamos la cebolla, la cúrcuma, la pimienta, los cominos, el ají y el pimentón. Una vez la cebolla está dorada añadimos la sal, las patatas, los guisantes y la carne y lo rehogamos ligeramente. Agregamos entonces el tomate y cubrimos con agua. Cocemos a fuego muy lento durante una hora y media aproximadamente.

Una vez está el trigo listo lo escurrimos y lo echamos al guiso hasta que reduzca ligeramente (no mucho más bien ha de quedar suelto porque al atemperarse el trigo tiende a absorber mucho el agua) Si le ponemos es el momento de añadir el cilantro. Removemos, apagamos el fuego y dejamos reposar 10 minutos. 

A mitad de camino podemos poner a cocer el arroz. Servimos el guiso de trigo junto con el arroz y ¡a disfrutar!


Panecillos de okara y lino



Como viene siendo habitual, vamos, que de novedad nada de nada, el pan en mi cocina sale varias veces a la semana del horno. Tampoco es noticia que no tiro absolutamente nada a la basura (a no ser que tenga ya vida inteligente y entonces sí que no hay tu tía).
El tema es que, a veces, cuando hago otras elaboraciones y quedan restos de ingredientes me da tanta pena deshacerme de ello que les busco usos y nuevos formatos aprovechables. Así fue cómo descubrí la okara.
La okara no es ni más ni menos que lo que queda de la soja triturada después de hacer la bebida vegetal. ¡Pero yo qué iba a saber sobre esto! Al principio seguí todo tipo de recetas, sobre todo de repostería, para darle salida a la legumbre machacada. Pero un día pensé que por su jugosidad en el pan tendría que quedar de lujo. Y así fue como desde entonces sólo la uso para esto.
Como la soja le da una textura blanda y no muy alveolada al pan es mejor hacer panes pequeños o panecillos de esos que por las mañanas tostados y con un poco de mermelada de castañas (por ejemplo ésta de Isabel de Cakes para ti que ya he robado descaradamente para próximos episodios) sientan que ni un desayuno con dátiles de un jeque árabe.
Lo dicho, ¡aquí no se tira nada!



Para un 800 g de masa (aprox)

260 g de okara
420 g de harina de trigo de fuerza
20 g de lino dorado molido
7 g de levadura seca de panadero
250 ml agua
2 cucharadas de café de sal






(Okara)


Mezclamos todos los ingredientes. Amasamos unos 15 minutos y dejamos reposar la masa en bloque (en forma de bola) una hora aproximadamente (tapada con un paño húmedo en sitio sin corrientes de aire). Pasado el tiempo desgasificamos amasando un minuto. Cogemos porciones iguales de la masa y damos la forma que queramos. Colocamos en la bandeja del horno con papel sulfurizado o harina en la base y dejamos leudar entre una hora y una hora y media, dependiendo del calor que haga, tapado con un paño húmedo en un sitio sin corrientes. Precalentamos el horno a 200º. Greñamos los panes. Horneamos entre 30 y 40 minutos, hasta que estén dorados. Sacamos, dejamos enfriar y ¡que aproveche!



4 de noviembre de 2015

Bundt cake de patata y chocolate especiado



Sin duda alguna lo que más me gusta del mundo bloguero son sus autores. Porque sí, porque ni las recetas ni las fotos salen de un hoyo cósmico espontáneo de creaciones (que ya conocéis mi fijación por reivindicar a las personas más que a las cosas). Y en ese ejercicio constante que hay que hacer (luchando contra la despersonalización imperante de lo visualmente veloz del consumo) lo que más satisfacción me genera es entablar conversaciones con personas. El espacio de la pausa es el que más frutos ha dado siempre. Esas conversaciones, que pueden ser más o menos cortas, revelan ciertos aspectos e inquietudes que nos conforman.
En algunos blogs esto resulta más o menos patente. Depende del grado de "pudor" del autor. Todas las opciones son respetables, por supuesto. Porque a menor grado de opinión menor posibilidad de disputa con respecto a un tema colindante que siempre va a ser controvertido (porque aquí de lo que se habla es de comida) . Las opiniones son como los días, hay más que judías, y en todo caso suponen un riesgo (menor, por otra parte).

Pero hay una bloguera que a mí me genera un impulso incontrolable de conversar (a veces hasta conmigo misma) porque poco le importa exponer todo lo que le preocupa, sea de carácter inmediato o reflexivo. Y es que, en estos días en los que ser tolerante significa ser indiferente, encontrarse con alguien que sea intolerante a muchas cosas a ese nivel vital tan explícito es un placer como pocos. 
Y decir esto puede causar cierto revuelo, pero yo soy de esa opinión: no hay que ser tolerante con determinados aspectos que nos afectan de manera negativa de tantos modos. Normalmente es muy común que a este tipo de personas se las (nos) conozca con el término "protestonas". Como ustedes gusten. Pero en el fondo siempre hay algo mucho más complejo.

Y esta bloguera no es otra que Cuca de Los dulces secretos de Cuca, que pese a todas sus argumentadas quejas y reivindicaciones siempre tiene algo con lo que endulzarnos los pequeños amargores.



~ Te copio y te lo cuento porque no tengo vergüenza ~
Episodio V

Así que aquí estoy de vuelta con otro episodio de "Aquí está mi copia. Agárrate, que vienen curvas". Muchas son las recetas de Cuca que he plagiado descaradamente en mi cocina pero traigo ésta porque, por una vez, me acordé de hacerle foto antes de que el plato estuviera vacío.

A pesar de haber hecho múltiples bizcochos/bollos con verduras como la calabaza, el calabacín o mi amada remolacha, nunca se me había ocurrido usar el tubérculo patatero para una de estas elaboraciones. Pero como de remilgada tengo poco y la curiosidad rompe el saco me propuse hacer este bundt y el resultado fue estupendo. Tengo que decir que cambié algunas cosillas nimias de la receta original pero en cualquier caso el mérito es todo suyo y el disfrute fue todo nuestro. ¡Gracias Cuca!



Para el bizcocho
300 g. de harina
250 g. de patatas cocidas
3 huevos
150 ml. de leche desnatada
150 gramos de mantequilla ligera (derretida)
150 g de azúcar de abedul (o el que tengamos)
70 g de cacao puro en polvo
Una cucharada y media de bicarbonato


Para la cobertura
60 ml. de nata
100 gramos de chocolate de cobertura
Una cucharadita de margarina
Media cucharada de postre de mezcla para pain d'epices
Nueces (para decorar)




Para el bizcocho: ponemos a cocer las patatas y cuando estén hechas las escurrimos y las machacamos hasta hacerlas puré. Precalentamos el horno a 180º y untamos el molde de mantequilla.
Batimos los huevos con el azúcar hasta que doblen el volumen. Añadimos entonces la mantequilla. Batimos de nuevo. Agregamos ahora la patata y mezclamos bien. En otro bol mezclamos la harina, el cacao y el bicarbonato y lo tamizamos. Añadimos la mitad a la mezcla anterior y removemos bien. Echamos la leche y el resto de la harina, bicarbonato y cacao tamizado y mezclaremos hasta obtener una masa completamente homogénea. Vertemos la masa en el molde y horneamos unos 40 minutos o hasta que al pinchar con un palillo salga limpio. Sacamos y dejamos enfriar unos 13 minutos (que es lo que tarda en despegarse el bizcocho del molde de bundt), sacamos y dejamos en una rejilla hasta que se enfríe compleamente.
Para la cobertura: calentamos la nata en un cazo. En un cuenco troceamos el chocolate y cuando la nata esté caliente la vertemos encima. Echamos la mantequilla y la 1/2 cucharada de especias y lo mezclamos todo bien con unas varillas. Dejamos que atempere.
Montaje: una vez esté frío el bizcocho echamos el chocolate de cobertura por encima y dejamos templar. Colocamos las nueces e introducimos en la nevera (mejor tapado por tema de olores) hasta que la cobertura endurezca. Sacamos y ¡a comer!


Bebida de soja



Dicen que en la variedad está el gusto. Esto, como todo, depende del gusto. Porque no es ninguna novedad que nos encontramos en un mundo de patrones a todos los niveles, incluso en los comportamientos sociales. No digo que nos dediquemos a hacer el mal en el mundo pero, de vez en cuando, toparme con el espacio fuera de la norma me arrastra de vuelta al mundo.

Diréis ¿y de qué habla la loca de los peines que ya está desbarrando? Hablo de una cosa con la que todos, unos más y otros menos, nos hemos encontrado: gente que canta por la calle a las 9 de la mañana a pleno pulmón porque sí, porque ellos lo valen (yo para eso no valgo). Que a veces, clara y desafortunadamente, se puede ver que pasa algo más en el fuero interno de esa persona que le hace comportarse de esa manera (y puede uno hasta sentir cierta misericordia). Pero, en otras ocasiones, esos cantos son rupturas de las rutinas.
Un señor de unos 70 años, por mitad de una de las calles principales, que ni corto ni perezoso empieza a cantar "viva el vino y las mujeres" desgañitándose hasta el higadillo porque se acaba de encontrar con su mujer saliendo del portal de su casa con el carro de la compra. ¿El resultado? Toda la gente que transitábamos alrededor riéndonos a carcajadas mientras la buena mujer le decía a su marido: "¡Manolo!¡Haz el favor que nos están mirando!".
Y yo no puedo más que agradecer a todos los manolos del mundo (a los zapatos no, que esos no cantan) sus melodías fuera de contexto. ¡Gracias!

Y como decía al principio, en la variedad está el gusto. Y cuando eres medio intolerante a cosas básicas como la leche tiendes a desarrollar el gusto por alternativas (¡qué remedio!). Al principio la bebida de soja me causaba un profundo rechazo pero, poco a poco, fui cogiéndole el gusto y ahora es algo que suelo tener siempre en casa. Como sucede con el resto de bebidas vegetales elaborarlas uno mismo da un resultado muy bueno y ya de paso te aseguras de que no tiene nada raro entre sus ingredientes.




Para un litro aprox.

125 g de habas de soja amarilla ecológicas 
1 l de agua mineral
sirope de dátiles o cualquier endulzante (opcional) 


Lo primero que haremos será lavar la legumbre y dejarla en remojo unas 12 horas. Ahora, con las manos limpias, y si la soja no viene pelada, retiramos las cáscaras. Podemos dejarlas pero le darán amargor a la bebida. Las volvemos a lavar y las ponemos a cocer con el agua media hora controlando la temperatura. Es importante que no pase de 80º grados para que no se nos forme un espumoso de Navidad.  Pasado el tiempo trituramos/batimos la legumbre con el agua. Sacamos y vertemos sobre un colador con una gasa. El líquido es la bebida de soja que si queremos podemos endulzar, con sirope de dátiles queda fenomenal, y los restos de la soja triturada, que se conoce como okara, lo guardaremos para otras elaboraciones. ¡A disfrutar!
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