Que me gusta cocinar no es un secreto y que las verduras son la base fundamental de lo que como, tampoco (¡benditos vegetales!). Pero hay algo en el proceso que odio con todas mis fuerzas: el escurridor de verduras. Sí, el escurridor. Que diréis: "¿qué le pasa a la loca de los peines con el cacharro?". Yo os lo cuento todo. Para empezar, cuando me compré el escurridor (de plástico) no le presté mucha atención y al llegar a casa me di cuenta de que no tenía taladrados todos los agujeritos. Por supuesto me percaté una vez volqué encima las acelgas cocidas. Así que, puestas las acelgas en el plato, estuve un rato con un punzón haciendo lo que el fabricante no se molestó en hacer. Que me dieron ganas de buscar al dueño de "Escurridores S.A." y venderle un reloj sin manillas, a ver si le parece de recibo.
Aún así cada vez que cuezo verduras de hoja y las echo en el escurridor sé que lo viene después me hará rasgarme las vestiduras y mutar de color verde al estilo Bruce Banner-Hulk. ¡¿Por qué?! ¿Por qué tienen que quedarse trocitos de hojas atrapados entre los agujeritos del escurridor y dar vueltas dentro de él mientras le lanzas (con saña) el chorro de agua del grifo? Que para fregarlo le doy más vueltas al artefacto que un perro buscando sitio para tumbarse. Soy consciente de que es una tontería, que no es para tanto, pero me supera dedicarle más tiempo a lavar el escurridor que a comerme las acelgas. Y no os digo nada si son espinacas. Eso no se lo deseo ni a la señorita del Inem que me atiende (y se lo merece más que nadie en el mundo).
Desde aquí quiero hacer un llamamiento a los señores de "Escurridores S.A.": inventen un escurreverduras que desintegre por combustión espontánea los resquicios, al estilo horno pirolítico.
Como sé que la posibilidad de que eso suceda pintado en un eje cartesiano tiende a cero, me voy a apuntar a clases de bailes del mundo para que cada vez que tenga que fregarlo y me fastidie pueda bailar algo distinto (porque dejar de comer verduras de hoja no es una solución factible).
Lo bueno es que existen más verduras y hortalizas. Y dada mi afición a la cocina murciana, que parece mentira que no haya pisado esa tierra jamás, os traigo una receta sin sufrimiento de escurridor. Zarangollos en Murcia hay unos cuantos y a mí me encantan todos, pero concretamente éste me apasiona. Este verano Cieza ha salido bastante en los medios de comunicación por la desgracia que todos los veranos asola España: los incendios. Pero a mí me gusta mucho más pensar en Cieza por su zarangollo. Y por eso, y porque esto está de menú del Ritz, comparto la receta con vosotros.
Para dos raciones
500 g de calabaza
1 cebolla
5 ñoras (que previamente habremos hidratado)
sal y aove
Picamos la cebolla, las ñoras y la cortamos calabaza en brunoise (dados). Calentamos el aceite y añadimos la cebolla. Una vez esté blanda echamos las ñoras e inmediantemente (antes de que se nos quemen) la calabaza. Salamos. Cocinamos a fuego bajo durante una hora removiendo de vez en cuando. Servimos y ¡a comer!