Como ya os he contado en otras ocasiones soy una persona constituida por una larga cadena de genes recesivos en su totalidad. Sé que afirmaron que la teoría genética basada en los experimentos de los guisantes de Mendel estaba manipulada, pero soy un poco creacionista en cuanto al tema mendeliano guisantil y me lo creo (otros se creen que Jesús se fue en barco a EEUU y yo no digo nada). Vamos, es que estoy convencida de que soy un guisante amarillo arrugado. Voy de médico en prueba y tiro porque me toca. Alguna vez he ido de médico en quirófano y es menos agradable, así que cuando me tocan pruebas no me quejo porque en el fondo todo tiene su ventaja.
Me han hecho todas las pruebas habidas y por haber pero me faltaba un clásico del cine en mi registro y padecer: la resonancia magnética cerebral. Antes de ir a la prueba, gente con la que hablé me comentó que era muy agobiante y una cosa de lo más insoportable. Supongo que me esperaba una experiencia medieval en una dama de hierro. Pero la verdad que ya sólo con que tengan el aire acondicionado puesto y la prueba sea a las 4 de la tarde el asunto resta dos mil puntos a "terror" y se los suma a "mejor aquí con la fresca que en casa con el dragón escupiendo fuego".
Según entré, vino la técnico a explicarme lo que me iban a hacer y a que le firmara un consentimiento informado (que me encantan) por el contraste que me tenían que poner. Me comentó que no tenía por qué preocuparme que, en general, no sucedía nada pero que en ocasiones podía acarrear la muerte. (Todo esto en un zulillo de estos en los que dejas tu mundo exterior colgado en una percha y de repente, gracias al pijama verduzco, mutas en paciente hospitalario sin cosmovisión global). Como me lo dijo tan felizmente mi respuesta fue: "Bueno, si me muero tampoco tengo nada que perder." Y entonces a la mujer le dio un sobresalto y me contestó escandalizada: "¡No me digas eso!" . Que digo yo: ¿no estábamos jugando a ver quién es más exagerada en una conversación convencional? Por lo visto no, así que quedé como una tarada. Afortunadamente no llamó al psiquiatra porque le hubiera contado lo de los guisantes y seguro que me encierra (en una lata del Mercadona).
El caso es que la prueba no fue para tanto. Tumbada en un camastro y con aire acondicionado ¿qué más se puede pedir? Si no hubiera sido por el ruido y por el enfermero que vino a pincharme me hubiera echado una siesta estupenda de 40 minutos. Sólo me dieron ganas de apretar la pera por el instinto de apretar lo que tiene uno en la mano, como hacen los bebés. Por lo demás fue una pena tener que volver a los fogones de la calle.
Y a lo que iba que, como siempre, esto parece el consultorio de Elena Francis. Un día, una amiga apareció en el bar habitual con algo envuelto en un albal y me dijo: "para ti". Lo abrí y grité: "¡¡okra!!" (os dejo foto abajo). Por supuesto el otro contertulio que nos acompañaba reaccionó diciendo: "¿quée?" Había estado buscando okra por todas partes con cero resultados así que os podéis imaginar la ilusión que me hizo aquello. La okra, como bien explica mi amiga, es una mezcla entre un pimiento y aloe vera. Tiene un sabor suave y se utiliza en cocina de innumerables formas. Por ejemplo, en Marruecos hacen encurtido con ella y se la comen como si de aceitunas se tratara. Aunque lo más común es que aparezca en guisos como éste que os traigo. Existen tantas variaciones como países. Además del de Siria es típico el que cocinan en Arabia Saudí que, por cierto, está muy bueno también. Este plato se suele acompañar de una guarnición de arroz con fideos y ya sí que triunfa uno como la cocacola. Así que, si tenéis oportunidad de cocinar okra, aprovechadla porque merece mucho la pena.
Para dos raciones
250 g de okra, bamya o del modo que queráis llamarlo
250 g de ragout de cordero (yo puse pavo, que no soy muy fan del cordero)
1 cebolla
1 tomate
4 dientes de ajo
un manojo de cilantro fresco
zumo de 1 limón
aceite de oliva
sal
pizca de pimienta
pizca de canela molida
En una sartén sofreímos el ajo a fuego medio. Una vez esté dorado añadimos el manojo de cilantro y el zumo de limón. Rehogamos hasta que el cilantro esté hecho. Reservamos. En una olla doramos la cebolla cortada en dados pequeños. Añadimos el tomate cortado y rehogamos junto con la cebolla. Echamos ahora la carne. Salpimentamos y ponemos una pizca de canela. Doramos. Echamos la okra y removemos unos minutos. Vertemos en la olla el ajo con el cilantro y el limón que teníamos reservado. Removemos de nuevo. Cubrimos con agua y cocemos hasta que el guiso esté hecho, unos 20-30 minutos. Servimos, si queremos, junto con la guarnición. ¡A disfrutarlo!