Siempre que llega la primavera me entra la vena jardinera. Durante el invierno a las plantas le pueden dar morcillas que me importan un pepino de Leganés. Normalmente si alguna subsiste hasta la primavera le hago un reconocimiento especial en forma de trasplante de maceta. Se lo ha merecido. Tengo un ficus robusta y una drácena marginata que aunque no les diga ni hola creo que sobrevivirían tres holocaustos nucleares. Ahí siguen, después de tres o cuatro años con sus inviernos, como si nada. Es posible que lleven el gen cucarachera dicharachera (estoy convencida de que hay personas que también lo tienen).
Las plantas de exterior son otro cuento (de terror psicológico). ¡Se me mueren hasta los cactus! Toda la gente que tiene crasas me dice: "Si eso crece ad infinitum sin ninguna atención". Pues a mí no. Y me indigno (de aquí a dos días comisión de plantas en el 15-M fundada por mí). Desde que sale Mister Lorenzo hasta que se mete está pegando a todo trapo en las terrazas. (Recuerdo que durante una época alquilaron el tercero a unas rumanas que se pasaban el día entero tomando el sol como los dioses las trajeron al mundo con sus respectivos admiradores jubilados, de cuellos tronchados de mirar hacia arriba, en la calle. Que una ya no podía ni asomarse a la terraza. Parecía eso el Show de Truman versión porner).
Entre el solano y que tengo los ejemplares más estúpidos de la historia tener cuatro chuminadas en macetas es una tarea complicada. Y no hablo por hablar: ¿alguna vez habéis visto una lavanda que necesite riegos cada dos días y que no le dé mucho el sol? Yo la tengo. Sí, señores. Es mi sino. Plantas estúpidas. También tengo un tomillo limón con necesidades diarias de riego o una albahaca que pide mucho sol y poca agua. Creo que lo único con un comportamiento normalizado es una citronela. Así que cuando acaba el verano estoy agotada de los caprichos de los hierbajos de las narices. Pero es que es llegar la primavera y no puedo evitarlo, tengo que rodearme de verde. Al final me terminaré cansando (que me conozco) y el único verde que entrará en mi vida será el que compro y me como.
Y hablando de verde que me como, esta receta. ¡Cómo me gusta rellenar verduras de otras verduras como si fueran muñecas rusas! Que en el fondo hace una un revoltijo en la olla y es lo mismo. Pero son esas pequeñas chorradas que me dan alegría. Estos calabacines los rellené de chirivía que me chirichifla y quedaron estupendos. Hoy parece el día de la mostaza (que no sé si existe, es muy posible que sí).
Para 1 ración
2 chirivías pequeñas
1 calabacín mediano
1 queso fresco desnatado (62,5 g)
1 cucharada sopera de mostaza antigua
sal
aceite de oliva
alcaparras
Cortamos el calabacín por la mitad y ponemos a hervir en agua con sal hasta que ablande. Sacamos la pulpa y reservamos. Cocemos las chirivías. Rehogamos ahora las chirivías cocidas con la pulpa del calabacín en aceite de oliva. Retiramos al vaso de la batidora y añadimos el queso fresco y la mostaza. Trituramos a nuestro gusto. Rellenamos con la crema el calabacín y decoramos con alcaparras. Servir. ¡Que aproveche!