23 de octubre de 2015

Crema Gianduja


En anteriores capítulos (porque esto parece una novela autobiográfica) os conté que en mis andanzas por la tan maravillosa tierra asturiana me volví cargadita de avellanas, nueces y otras bondades. Pues bien, cuando probé aquellas avellanas antes de comprarlas (la señora del puesto del mercadillo de Luarca te las daba a probar sí o sí) sabía que, además de llevármelas, iban a terminar siendo pasto de mi insaciable necesidad de elaborar cosas para untar.
¿Y qué mejor que una crema de chocolate y avellanas? Confieso que no soy nada chocolatera, excepto si el chocolate del que estamos hablando es del más puro posible y no lleva azúcar. Entonces sí, entonces el chocolate es todo para mí y que nadie meta la zarpa porque las consecuencias pueden ser terribles. Lo bueno es que casi no hay gente a la que le guste este tipo de chocolate, así que no suelo tener oponentes con los que comenzar un duelo medieval a caballo y lo agradezco. Creo que el dulce nos desata a todos en cierta medida el egoísmo típico de los niños pequeños. Debe de ser algo del instinto de supervivencia (porque todos sabemos que con el dulce uno puede sobrevivir 8 meses en mitad de la jungla).

Así que, con la mejor materia prima que podía encontrar, me planté en la cocina dispuesta a hacer esta crema gianduja a la que hacía tiempo había echado el ojo.
Desde aquí agradecer a Napoleón su total intransigencia y espíritu dictatorial para con los italianos porque gracias a ello, y a sus restricciones comerciales, los piamonteses hacia 1800 se inventaron esta delicia en la que el cacao y las avellanas (que son un porcentaje importante de la elaboración) se mezclan para darnos un placer inconmensurable al paladar. Desde aquella época se han introducido variantes y podemos encontrarla en el mercado en los botes de Nutella de Ferrero o en otro tipo de mejunjes menos saludables (porque tiene menos avellanas y más aceite de palma si cabe) como la Nocilla.

Mi elaboración es un popurrí propio de diferentes recetas (la mayoría de blogs italianos) con los que me he ido topando. No sé si será muy rigurosa o no pero aquí no duró ni medio asalto al ring. Desde entonces decidí que mejor usaría las avellanas para otros fines por el bien de nuestra ingesta calórica. Pero de vez en cuando todos nos merecemos un homenaje de este tipo, así que os dejo por aquí unas anotaciones y la receta.


Sobre las avellanas: como las que yo tenía estaban enteras y crudas tuve que realizar un proceso un poco largo y aburrido (que también sirve para otros frutos secos crudos). Llenamos una ensaladera grande con agua y bastantes hielos. Ponemos a hervir las avellanas sin cáscara en medio litro de agua con 3 cucharadas soperas de bicarbonato. Después de unos 4 ó 5 minutos máximo haciendo chupchup en el agua (que se ha vuelto marrón-negruzca y espumosa) las retiramos con una espumadera a la ensaladera. La piel se irá desprendiendo sola pero para acelerar el proceso, y que no se nos hidraten demasiado los frutos, frotadlas con las manos. Las sacamos y las ponemos en un trapo. Colocamos otro encima y las hacemos rodar para que se sequen. Encendemos el horno a 210º. Colocamos las avellanas en la bandeja y, dependiendo de lo tostadas que nos gusten y de nuestro horno, las dejamos 10 ó 15 minutos. Sacamos y dejamos enfriar.


Sobre el chocolate: yo usé una tableta Lindt de 85% caco (y no le puse de 99%, que es el que me gusta, porque al Notario le da un soponcio). Si usáis un chocolate con leche del de toda la vida entonces sustituid la media cucharada de leche desnatada por 2 cucharadas soperas de cacao desgrasado y omitid la cucharadita de agua.

Sobre el condumio en general: Si lo metemos a la nevera vamos a tener una preciosa piedra de chocolate y avellanas. Mejor dejarlo a temperatura ambiente en la alacena.


Para un tarro y un poco más.


200 g de avellanas tostadas
100 g de chocolate negro (yo usé Lindt 85%)
1 cucharada sopera de aceite de oliva suave
1 y 1/2 cucharada sopera de cacao puro desgrasado en polvo
1/2 cucharada sopera de leche desnatada en polvo
1 cucharada de café de agua
100 g de azúcar glas (yo no le puse porque soy una amargada)

Lo primero será derretir la tableta de chocolate, yo lo hice al baño María pero el microondas también es una opción interesante. Una vez tengamos las avellanas peladas, tostadas y frías las colocamos en un procesador de comida. Yo usé el triturador de la batidora y  aún siendo bastante potente (800W) hay que darle tiempos de descanso (que luego se sobrecalienta y se nos rompen los cacharros). Cuando empecemos a ver que las avellanas son trocitos echamos el aceite de oliva y seguimos triturando. Dependiendo de si nos gusta con más o menos tropezones haremos más corto o más largo este proceso. Añadimos todos los ingredientes al pseudopraliné de avellanas y seguimos batiendo hasta tener una pasta homogénea. Repito lo de darle tiempos de descanso a la batidora. Y poco más, cuando veamos que tenemos una crema chocolateada la vertemos en un tarro y con lo poco que nos sobre la untamos en pan y hacemos un test de prueba. Veréis que como decían en El juego de la Oca: "¡Prueba superada!". 

PD: esconded todas las cucharillas de postre de la casa o no durará ni medio día.



Panecillos de huevo y harina de maíz



No soy capaz de expresar la alegría que me da que empiece a hacer frío. Y digo "que empiece a hacer frío" porque cuando lo hace de verdad me convierto en un buzo con complejo de momia encebollada y ya no me quito las capas de rigor hasta que asoma el Lorenzo con euforia en primavera. Así soy yo: si hace calor, malo y, si hace frío, malo también. Pero puestos a elegir prefiero abrigarme, llenar la casa de alfombras (aunque me desquicien las pelusas) y encender el horno. 

Los que han decidido encender el horno son los tan brillantes seres de mantenimiento del centro de emprendedores en el que estoy haciendo el curso de Cisco. ¿Por qué no probar si funciona la calefacción poniéndola a tope un día de diario en el que la gente pasa cinco horas seguidas en el mismo aula? El que sea capaz de prestar atención a las explicaciones más de cinco minutos seguidos tiene toda mi admiración. Yo por el contrario tengo la sensación de ser uno de esos panes que introduzco en el horno sin ninguna compasión y con toda la alevosía del mundo. Así que lo que es pensar, poco. Más bien se trata de sobrevivir. Entonces a alguien se le ocurre abrir todas las ventanas y pasamos de un calor insoportable a un frío intenso que parece ser soy la única que percibe. Todos en manga corta y les falta un pai-pai. Conclusión: me estoy cogiendo un trancazo de muy señor mío. Menos mal que la campaña de la vacunación de la gripe ya está entre nosotros y este año que no tenía intención de vacunarme no me va a quedar más remedio. ¡Gracias, señores de la administración!

Total, en mi complejo de pan en el horno y, aunque me repita con panes, os traigo estos panecillos. A veces me pasa que cuando me quiero dar cuenta me quedan unos cuantos huevos en la nevera con fecha de defunción próxima. ¡Si es que no me dan los menús para tantos huevos! Que podía comprar medias docenas, pero salen bastante más caros y siempre reculo ante esa idea. Lo bueno es que siempre hay opciones para darles salida. Estos panecillos quedaron tan buenos que los he repetido más de un par de veces. Tienen una textura y una miga muy parecida a los panecillos de leche, pero más robusta y la harina de maíz les deja su sabor tan bueno y característico. Para desayunar o merendar, acompañados de chocolate, mermelada, aceite o tomate natural, (o solos) son un total acierto. 


Para 10 panecillos

370 g harina panadera
130 g harina blanca de maíz
5 g de levadura seca de panadero
200 ml de agua
3 huevos L
2 cucharadas de café de sal




Mezclamos los ingredientes  junto con los huevos ligeramente batidos. Amasamos unos 15 minutos y dejamos reposar la masa en bloque (en forma de bola) una hora aproximadamente (tapada con un paño húmedo en sitio sin corrientes de aire). Pasado el tiempo desgasificamos amasando un minuto. Cogemos porciones iguales de la masa y damos forma. Colocamos en la bandeja del horno con papel sulfurizado o harina en la base y dejamos leudar entre una hora y una hora y media, dependiendo del calor que haga, tapado con un paño húmedo en un sitio sin corrientes. Precalentamos el horno a 200º. Greñamos los panes. Horneamos entre 30 y 40 minutos, hasta que estén dorados. Sacamos, dejamos enfriar y ¡a comer!.

16 de octubre de 2015

Pan Candeal





Hoy es el Día Mundial del Pan y para mí eso significa que es el día de la alegría. Tengo que decir que me indigna un poco que se celebre hoy, 16 de octubre, tal acontecimiento. Y es que yo soy más de celebrar algo más típico, el día de San Honorato de Amiens, el patrón de los pasteleros y panaderos. 
Y diréis ¿pero qué más da? Pues no da igual por varias razones. La primera es que el pan no se hace solo ni crece en los árboles. Es un trabajo laborioso y que requiere de un saber hacer que es típico también, por ejemplo, de los marineros desempeñando su labor en el tan inestable mar.
Los griegos a este saber hacer que no es técnica (techné) y que viene determinado por la maña de las rutinas lo denominaron metis. La metis no se aprende ni se enseña, la metis se adquiere y es lo que diferencia a un buen artesano de otro. Y, sin duda, todo lo que tenga que ver con la cocina, si es de calidad, requiere a alguien que lo elabore y que posea esa metis. Por mucho que intenten vendernos hoy día que todo el mundo puede llegar a cualquier cosa con un desarrollo competencial apropiado (que por eso hay cursos de todo por todas partes) yo sigo pensando que eso no es cierto. Por ejemplo, una servidora en temas de moda: nula total. Por mucha formación que vaya a recibir al respecto. El hombre no es la medida de todas las cosas, todas las cosas se miden con el hombre y a veces son las cosas las que ganan (y si no que le pregunten a la plancha que me salió ardiendo mientras la estaba usando o al pan que desarrolla más gluten del esperado y sobrefermenta porque no lo supe ver en el momento).
Pero otras veces ese saber hacer nos sorprende arrojando unos resultados estupendos y comenzamos a saber controlar todas las variables (o casi todas) que nos permitirán llegar a una muy buena conclusión. Así que sí, soy más de reivindicar la labor de los artesanos que la artesanía en sí misma.
Bueno, eso y que el día del patrón de los panaderos y pasteleros es el 16 de mayo, o lo que es lo mismo: el día de mi cumpleaños. Creo que estaba predestinada a ser una defensora de primer orden del consumo de pan. 
Pese a que en España, por la mala publicidad y el tan manido "el pan engorda", somos de los países europeos que menos pan consumimos (unos 100g al día frente a los 200-250g recomendados por la OMS). Yo intento subir la media, para que no se diga, y cada día sumo mi miguita de pan a la estadística. 

Y con esto os traigo mi aportación al día mundial del pan: un pan Candeal. Creo que pocas cosas nos identifican más en España que esta hogaza. Es algo típico de todas partes. En todos los lugares pueden tener otros panes, más o menos tradicionales, pero lo que nunca va a faltar es un Candeal.
Es bastante más rápido de elaborar que cualquier pan francés y con una hidratación muy baja, entre un 50-55% respecto del total de harina, frente al 65% del pan francés.

En mi nueva posibilidad de acceso a un centro distribuidor gigantesto de alimentos y otras bondades dedicado a hostelería (Makro) tuve ocasión de descubrir que vendían sacos de cinco kilos de harina de Candeal. Alegría no, lo siguiente. Me hice con un saco y después haberlo elaborado en casa unas cuantas veces puedo afirmar que sí, que de todos los panes blancos es mi favorito con diferencia.



Para una hogaza

100 g pasta fermentada (se puede omitir y el resultado también es muy bueno)
150 g harina fuerza
350 g harina de Candeal
7g levadura seca de panadero
250 ml de agua
1 y 1/2 cucharada de postre de sal



Comenzamos mezclando todos los ingredientes. Este pan requiere de un primer amasado muy corto. Así que con unos 5-8 minutos será suficiente. Como tiene muy poca hidratación la masa será muy seca y parecerá imposible de mezclar, pero es posible. Dejamos entonces la masa reposar unos 10 minutos para que se relaje y ahora sí empieza el trabajo duro. Sacamos el rodillo y comenzamos a aplanar la masa. Una vez tengamos un rectángulo plano de más o menos un centímetro de grosor lo doblamos en tres como si fuera un sobre y, tras dejar reposar entre 3-5 minutos, volvemos a aplanar para volver a dar forma de sobre. Tendremos que repetir este proceso unas cinco veces con los breves reposos entre "sobre y sobre". Es una tarea un poco cansada pero al menos al ser una masa tan seca no mancha nada. 
Formamos entonces una bola y tratamos de sellar la masa aplanándola con el rodillo hasta que tenga la forma de hogaza típica del Candeal. Greñamos entonces el pan con cortes profundos y sus dibujos característicos. Cubrimos la hogaza con un paño húmedo y lo dejamos levar entre una hora y media y dos horas y media (depende del tiempo que tengamos). Cuanto más tiempo lo dejemos levando menos compacta quedará la miga y más sabor desarrollará el trigo.
Precalentamos el horno a 200º e introducimos la hogaza y cocemos unos 40 minutos. Al sacarlo golpear el culo del pan y si suena a hueco, está hecho. Dejamos enfriar y ¡a disfrutar!



14 de octubre de 2015

Po'e de isla de Pascua. Receta chilena.




Recuerdo que cuando aún estaba en la carrera empezaba a llegar a nuestras vidas la crisis económica de corte inmobiliario de Estados Unidos. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que antes o después, por el efecto mariposa de la globalización, nos iba a tocar comérnoslo con patatas mojando con pan. 

El tema, cuando eres consciente del tipo de estudios que estás cursando, se volvió casi obsesivo para unos cuantos de nosotros. Si nuestras oportunidades laborales estaban ya bastante reducidas, el mazazo que nos esperaba iba a ser demoledor. Por supuesto, al terminar la carrera, cada uno de nosotros siguió un camino distinto dentro de otros ámbitos (porque la Filosofía por sí misma no da mucho beneficio económico, por no decir ninguno). Y entonces llegó. Llegó el momento en el que la gente empezó a emigrar y a intentar buscarse las castañas fuera. De repente marcharse de España era una aventura con tintes de desventura y todos los medios apuntaron a este fenómeno como una de las mayores desgracias de nuestro país. Pero, si lo analizamos desde otra óptica ¿qué sucede con la gente que se quedó? Porque quedarnos nos quedamos unos pocos (algunos por convicción propia y otros por falta de un colchón económico inicial que es absolutamente necesario y del que poco oigo hablar en ninguna parte cuando se menta "la desgracia del emigrante joven". Sí, emigrar es un lujo.).
Pues los que nos quedamos tuvimos (y tenemos) que lidiar con muchas cosas: un mercado laboral mediocre, unas dotaciones a investigación inexistentes (lo que reducía y reduce las becas a polvo en el desierto), incremento de las tasas para poder continuar estudiando (ya que parecía que no iba a poder trabajar uno en la vida) y, lo más fundamental, la ruptura del entorno. Si emigrar no debe de ser fácil, quedarse requiere también de un ejercicio supremo de readaptación a un medio hostil en el que los apoyos del día a día se han marchado en un avión a un porrillo de kilómetros. Aquí las oportunidades eran para la jet set.
Cuento esto porque hace bastantes años, la que es mi mejor amiga, en un ejercicio de afirmación por la vida, su vida, cogió las maletas y se marchó al norte europeo. A día de hoy tiene la suerte de vivir en un país mucho más hospitalario como es Chile, pero para mí sigue estando demasiado lejos. Y aunque la relación, si es de verdad, no cambia, la distancia marca el contexto (tengo el modo "moñas" activado).
Hoy es su cumpleaños y cada año que pasa lamento no poder celebrarlo con ella. Pero así son las cosas. Para compensar la lejanía, a veces, me pongo a cocinar platos típicos de lugares en los que están las personas que me son más cercanas. Que me lo como y, será una tontería, es como si estuviera más cerca. Por eso traigo hoy esta receta. Bueno, por eso y porque está para chupar hasta el molde.

Si conocéis, o habéis comido alguna vez, el famoso Yorkshire pudding británico, el concepto de este Po'e chileno es el mismo: acompañar otros platos salados de carne, pescado o verduras dando un toque dulce. Pero para desayunar o una breve incursión a la cocina tampoco es tontería. Es una maravilla por su composición, su sabor y por su jugosidad. 




Para 1 grande o 3 pequeños (sirve cualquier molde que tengáis)

200 g de harina blanca de trigo
1 cucharada de postre de levadura química
2 bananas maduras (yo le puse 3 plátanos porque me gustan mucho más, ¡ea!)
150 g de calabaza cocida al vapor (así nos evitamos el tema del agua chorreando)
2 cucharadas soperas de azúcar de abedul (o miel o el endulzante que queramos)
1 cucharada sopera de leche en polvo
20 g de mantequilla a temperatura ambiente
Azúcar glas para decorar (opcional)

Trituramos con un tenedor los plátanos/bananas y la calabaza cocida. Añadimos la mantequilla y el azúcar y mezclamos bien. Agregamos poco a poco la harina tamizada junto con la levadura y la leche en polvo. Removemos bien con una espátula hasta que tengamos una pasta homogénea. En unos 5-8 minutos tendremos una masa decente. Forramos un molde y precalentamos el horno. Vertemos la masa y horneamos 40 minutos a 180º (o hasta que pinchemos y salga limpio el palillo). Sacamos, dejamos atemperar y desmoldamos. Cuando termine de enfriar espolvoreamos el azúcar glas. ¡A comer!




12 de octubre de 2015

Piruletas de hojaldre con chocolate y Concha Cabello de ángel




El que no tenga un amigo informático que levante la mano. Todo el mundo tiene uno y, si no, se lo busca (por la cuenta que le trae y con todo el pesar del informático). 
Yo siempre he estado rodeada de gente y amigos que han tenido y tienen mucho que ver con la materia en cuestión (así que eso que me he ahorrado). Tampoco es nada del otro mundo corriendo los tiempos que corren. Pero, sinceramente, nunca me había dado yo un chapuzón hasta el fondo en el asunto. 
Además de todo lo que estoy aprendido en relación al temario, que me cae la información como los tomates de un camión a la cabeza, estoy aprendiendo otras cosas mucho más útiles. En el fondo no es nada que no se sepa ya a nivel de estereotipos pero, de verdad, siendo yo una persona que valora ese tipo de percepciones sociales como la forma más errónea de comprensión idiosincrásica podéis entender que estoy inmersa en un proceso de alucinación constante con la confirmación de casi todo lo que cualquier persona puede afirmar acerca de un informático (y que yo poco o nada había visto en mis amigos del gremio).
Para empezar, llevamos dos semanas de curso (cinco horas diarias) y nadie sabe el nombre de nadie. Nadie. Bueno, el mío sí porque soy la única del género y al pasar la lista de firmas es obvio que tengo que ser yo. Y lo peor de todo, a todo el mundo le da exactamente lo mismo. Yo he intentado, con sutileza, en alguno de los descansos, que la gente se presentara y lo único que conseguí fue que una bola gigante del desierto pasara a nuestro lado (y creo que se llevó a más de uno rodando).
Tampoco nadie hace el intento de hablar de otras cosas diferentes al maravilloso y fascinante mundo de las redes informáticas. Yo saco temas pero es inútil, la burra vuelve al trigo. Alguna vez he conseguido tener otro tipo de conversaciones, cortas pero existentes, y desde aquí agradezco infinitamente a esas personas que son capaces de desarrollar algún tipo de habilidad social comunicativa y contarme que algún compañero de piso metía palomas muertas en la nevera. De verdad, gracias, porque esas risas no me las quita nadie (aunque no sepa ni cómo se llama el tipo).

Esto no me pasa en el resto de entornos. Concretamente, desde que empecé con el blog, me he encontrado (o me han encontrado) gente con la que paso más tiempo que con mi familia. Así de llanamente, que para qué andar con remilgos. Una de estas personas es Concha de De buena mesa, que tendría renombrar su blog y llamarlo "De buena gente que soy cocino que da gusto". Que si la tuviera aquí al lado, con el carrete que nos damos, terminábamos con la existencia del café. 
Pues a mi querida amiga Concha, que parece mentira que nos conozcamos de tan poco tiempo, le copio y le dedico sus/mis entradas de hoy. 

Cuando vi en su blog (allá por el jurásico) la idea de hacer unas piruletas con obleas de empanadilla y unos hojaldres rellenos en la misma entrada pensé: ¿y si hago un remix y me marco unas piruletas de hojaldre? Es algo sencillo, fácil, agradecido y muy socorrido para acontecimientos un poco especiales (que yo no me pongo a decorar comida así porque sí, soy más de comérmela). Recomendado sí o sí.




~ Te copio y te lo cuento porque no tengo vergüenza ~
Episodio III



1 lámina de hojaldre
pepitas de chocolate al gusto semiderretidas
unos 80 g de cabello de ángel
huevo para pintar
palitos de brocheta (que yo corté a la mitad porque eran muy largos)

Opcional:
lápices para decorar
almendras laminadas
azúcar glas




Estiramos las láminas de hojaldre y cortamos con los cortapastas que queramos a pares. Extendemos el relleno, colocamos un palito en el medio y la tapamos. Presionamos ligeramente los bordes. Pintamos con huevo. Introducimos en el horno según instrucciones de fabricante. Pero suelen ser unos 15-10 minutos a 150º-180º. Sacamos, dejamos enfriar. Decoramos al gusto. ¡A comer!


Calabacín en su jugo con tomate



De las infinitas cosas maravillosas que tiene el blog De buena mesa hay una que, desde el principio, me llegó a lo más profundo del alma. Y no es, ni más ni menos, que su sección de calabacín y berenjena. Jamás había visto, en mis largos paseos por la blogosfera, que nadie le dedicara un espacio concreto a estos dos vegetales. A mí me apasionan y cuando vi aquello supe que cosas buenas pasaban en su cocina ( y ya me saqué el confeti, los gorritos y los matasuegras porque sabía que esas cosas iban a pasar también en mi cocina).

Tengo que decir que he hecho muchos de los platos que en esa sección aparecen pero éste es especial. Y es especial porque lo he hecho tantas veces, pero tantas, que merece un homenaje particular. No es un plato de fiesta, no es un plato con ingredientes raros o imposibles pero sí es un plato para el día a día. Una de esas elaboraciones que hacemos en un momento y que disfrutamos como si fuera una langosta un martes cualquiera. Y es que hay que tener recursos para todo momento y de eso Concha va sobrada. Yo me copio, que es más fácil y el resultado siempre es muy bueno.


~ Te copio y te lo cuento porque no tengo vergüenza ~
Episodio IV


Para dos raciones

1 calabacín hermoso
2 tomates maduros
1/2 cebolla
1 pimiento rojo italiano
AOVE
Sal y albahaca

Picamos la cebolla y el pimiento. Cortamos en dados el calabacín (yo le dejo la piel pero podéis quitársela) y rallamos el tomate. Echamos el aceite y sofreímos la cebolla hasta que esté dorada. Añadimos entonces el pimiento y salteamos. Agregamos el tomate y sazonamos. Por último echamos el calabacín y la albahaca. Cocinamos a fuego lento unos 10 minutos. Subimos el fuego al final para reducir. Servimos y ¡que aproveche!



2 de octubre de 2015

Masa Real



Soy un poco maniquea. Así que, desde mi cuadrícula mental en blanco y negro afirmo: Sólo hay una cosa mejor que irse uno de vacaciones. Que se vaya otro y te traiga algo.
No me refiero a las (condenadas) camisetas de: "Alguien que te quiere regulero estuvo en Villa Orejilla del Sordete con Doña Rogelia y te trajo esta camiseta para que la conviertas en trapos y limpies los cristales". No. Me refiero a esas pequeñas grandes cosas con las que le obsequian a uno sabiendo que será todo un acierto.

Los padres del Notario, como media España, se fueron a disfrutar del periodo estival a Cádiz y, a su vuelta, fui yo la que gozó de sus vacaciones como si hubiera estado allí. Gracias a la recomendación de su tía tuvieron a bien pasar por La Rondeña, todo un clásico, y sin mucho pensarlo hicieron acopio de muchas de las exquisitices que comercializan.
El caso es que yo me encontré con un menú gourmet degustación que, en cuanto lo vi encima de mi mesa, supe que tenía que probar instantáneamente. Sí, los dulces de manteca sobrepasan mi voluntad. Así que ahí estaba, a finales de agosto empezando la dieta del polvorón.
Tengo que decir que de todas las variantes posibles mis dulces favoritos siempre serán los cortadillos de cabello de ángel. Es irremediable. Pero algo que también me gusta (además de meter la cuchara en el bote de cabello de ángel) son los dulces de Masa Real. En La Rondeña son marca de la casa. Es más, tienen una patente de elaboración misteriosa (que algún día se liberará y espero llegar a verlo). Así que no es tontería decir que, de todas las variantes de Masa Real que he probado, la mejor, sin duda, es la de La Rondeña. Pero claro, aquello se terminó (ni fotos, ni nada, me dio tiempo a hacer) y tuve al Notario una semana suspirando por aquellos bollos y sopesando seriamente hacer un pedido online de dos toneladas de Masa Real (¡qué vida más dura!).

Por otra parte tengo una pareja de amigos que van a pasar su tiempo de descanso a un pueblo minúsculo de Burgos, concretamente Basconcillos. Sí, no andáis desencaminados si pensáis que allí también tienen una panadería-pastelería que le quita a uno toda la tontería de encima. Creo que los mantecados que trajeron me duraron menos que a Mike Tyson la oreja de Evander Holyfield. Impresionantes. Todavía no comprendo mucho la novedosa afición-obsesión española por la gama de productos resposteros britamericanos que desprecia todo lo valiosamente tradicional que podemos disfrutar por nuestro territorio. A mí me pones un muffin y un torto de manteca y ahí te gestiones el muffin porque el torto ya lo has visto. También digo que si no hay torto me como el muffin de muy buen grado. Que yo no desprecio ninguna tradición.

El caso es que además de aquellos mantecados me trajeron tres kilos de harina (¡infinitas gracias!). Una harina que en cuanto abrí la primera bolsa supe que no iba a caer en saco roto (más allá de mi estómago que a veces sí que lo parece).


Teniendo una harina de calidad en la depensa y al Notario sufriendo por las esquinas la ausencia de Masas Reales me dije: "Es tu momento de actuar". Busqué recetas de Masa Real y, como muchas veces cuando se trata de tradición andaluza, acabé por darle la mano a De la vista al paladar. El resultado (con alguna variación de la original), visto y no visto. Creo que en dos semanas hice tres remesas. Obviamente (con todo mi dolor del mundo), no son como las de La Rondeña pero yo sigo testando pruebas con más manteca, sin mantequilla, menos huevo...¿acabaré por descubrir la receta o sólo con veinte kilos más? En próximos capítulos de La dieta del polvorón lo veremos. De momento comparto ésta porque es un acierto seguro.


Para 10 unidades

Para la masa

500 g de harina
75 g de manteca de cerdo ibérico
75 g de mantequilla de calidad
150 g de azúcar glas
3 yemas de huevo M
1 huevo M
1/2 sobre de levadura química
1 cucharada de postre de azúcar vainillado
la ralladura de medio limón



Para el relleno:

1/2 bote de cabello de ángel
1/2 cucharada de café de canela en polvo
1/2 cucharada de café de ralladura de limón

Para decorar:

Huevo batido para pintar
Azúcar glas (las de La Rondeña vienen generosamente espolvoreadas)



(Aquí podéis ver mis pezuños y lo bien que muerdo. Bueno, y el bollo por dentro también.)

Lo más importante de la receta es tener todos los ingredientes a temperatura ambiente porque el resultado será siempre mejor.
Empezamos haciendo el relleno. Echamos el cabello de ángel junto con la canela y la ralladura de limón en un cazo. Calentamos y removemos constantemente durante 8-10 minutos. Apagamos y dejamos atemperar. Ya tendremos un relleno digno de cualquier marajá (o cuchara).
Para hacer la masa echamos todos los ingredientes en la amasadora (a mano también se puede pero es menos cómodo). Dejamos funcionando hasta que tengamos una masa homogénea. Sacamos y amasamos de nuevo unos 3 minutos más. Damos forma de bola, forramos con film y lo metemos a la nevera unos 10-15 minutos. Esta masa se deshace un poco por eso si está ligeramente fría es más fácil de trabajar. Sacamos y con un rodillo aplanamos hasta tener medio centímentro de grosor. Con un molde cortamos tantos círculos como la masa nos permita. Que sean pares para que cada oveja esté con su pareja. Ponemos una cucharada de cabello de ángel sobre la mitad de los círculos y con otro tapamos presionando sobre los bordes. Así hasta que terminemos de montar las tortas. 
Pintamos con el huevo batido e introducimos al horno precalentado unos 20 minutos a 180º (vigilad tiempos, por si acaso). Sacamos y dejamos enfriar. Si queremos podemos espolvorear azúcar glas. ¡A disfrutar!




Yogur de piña en su jugo



Desde pequeña, la piña siempre ha sido la invitada de honor en los festejos navideños: cortada en rodajas y con azúcar. Fin de la elaboración. Poca piña más se comía el resto del año. Y el caso es que nunca fue santo de mi devoción. Recuerdo que en los veranos de mi infancia en Galicia su versión en almíbar (junto con el melocotón) eran la posibilidad de un postre refrescante. Digo posibilidad pero era más bien objeto de disputa:

"- Mi abuelo: ¿Abrimos un bote de piña/melocotón?
- Comensal X: Si hay fruta fresca y yogures.
- Mi bisabuela: ¡Abre un bote, hombre!¡No preguntes que entonces no se come!"

Inmediatamente un bote se abría y todos torcíamos el morro y decíamos entre dientes: "Si es que no me apetece". Y así se mantiene la tradición verano tras verano. Que dan ganas de esconder los botes dentro de la barrica de 500 litros de la bodega. Pero ese tipo de cosas le hacen a uno sentirse en casa.

Por todo esto tardé bastante tiempo en ir yo a comprar piña enlatada. Pero lo hice porque, de repente, la piña me encanta. Y en un arrebato de limpieza de la despensa pensé en hacer unos yogures con ella. El resultado, como en todos los yogures que son de lo mas agradecido, rico, rico y ¡a la nevera!



Para 7 yogures

1 litro de leche desnatada
1 yogur natural desnatado
2 ó 3 cucharadas soperas de leche en polvo
120 g de piña en su jugo
50 g de azúcar o equivalente en edulcorante (me gustan más sin azúcar)

Ponemos todos los ingredientes en el vaso de la batidora y mezclamos. Vertemos en los vasos de la yogurtera y dejamos 10 horas. Retiramos a la nevera al menos 4 horas antes de consumir. ¡A disfrutarlos!
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