Los garbanzos, de lejos, son mi legumbre favorita. Pero no cualquier garbanzo, no. El más afamado, el pedrosillano, me saca de quicio ¿por qué es tan pequeño? ¿alguien tiene miedo de atragantarse con uno y morir sin son más grandes? ¿de repente nos creemos que las legumbres son esencias de perfume? Como todas estas preguntas nadie las va a contestar (obvio, porque para gustos los sabores) no los compro y santas pascuas. Mis garbanzos predilectos son los castellanos, concretamente los de Fuentesaúco (como si fuera tonta). Tienen el tamaño perfecto, dan la cocción perfecta y su textura es la que tiene que ser, la del garbanzaco de categoría.
Con las legumbres sucede una cosa, va pasando la semana y de repente uno se da cuenta de que no las ha comido. Así que esta preparación de garbanzos a mí me va que ni pintada. Sirve de guarnición, como aperitivo o lo que se os ocurra. Con las especias (que son al gusto) y lo crujientes que quedan son un manjar que además aguanta un par de días sin estropearse. La receta:
300 g de garbanzos cocidos
1/2 cucharada de postre de pimentón dulce
1/4 cucharada de postre de cayena (se podría sustituir por pimentón picante)
1/4 cucharada de postre de cúrcuma
1/4 cucharada de postre de cominos
aceite de oliva
Escurrimos los garbanzos y los rebozamos/pintamos con el aceite de oliva. Echamos las especias y mezclamos bien con los garbanzos. Llevamos al horno a 170ºC durante 40 minutos. De poco en poco ir removiendo los garbanzos en la fuente del horno para que se tuesten de manera homogénea. Vigilar el tueste que nos sea más agradable. Sacar y disfrutar.
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